El Ruido De Las Cosas Al Caer
El Ruido de las Cosas al Caer
A Mariana, Inventora del tiempo y los espacios
Y ardían desplomándose los muros de mi sueño,
¡Tal como se desploma gritando una ciudad!
Aurelio Arturo, Ciudad de Sueño
¡Así que también vienes del cielo!
¿De qué planeta eres?
Antoine de Saint-Exupery, El Principito
Biografía
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es autor dela colección de relatos Los amantes de Todos los Santos y de las novelas Los informantes e Historia secreta de Costaguana. También ha publicado una recopilación de ensayos literarios. El arte de la distorsión (que incluye el ensayo ganador del Premio Simón Bolívar en 2007), y una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte. Ha traducido obras de John Hersey, John Dos Passos,Victor Hugo y E. M. Forster, entre otros, y es columnista del periódico colombiano El Espectador.
Sus libros han recibido diversos reconocimientos internacionales y se han publicado en 14 lenguas y una treintena de países con extraordinario éxito de crítica y de público. Su tercera novela, El ruido de las cosas al caer, ha ganado el Premio Alfaguara 2011.
Juan Gabriel Vásquez vive desde 1999 enBarcelona.
I. Una sola sombra larga
El primero de los hipopótamos, un macho del color de las perlas negras y tonelada y media de peso, cayó muerto a mediados de 2009. Había escapado dos años atrás del antiguo zoológico de Pablo Escobar en el valle del Magdalena, y en ese tiempo de libertad había destruido cultivos, invadido abrevaderos, atemorizado a los pescadores y llegado a atacar a lossementales de una hacienda ganadera. Los francotiradores que lo alcanzaron le dispararon un tiro a la cabeza y otro al corazón (con balas de calibre .375, pues la piel de un hipopótamo es gruesa); posaron con el cuerpo muerto, la gran mole oscura y rugosa, un meteorito recién caído; y allí, frente a las primeras cámaras y los curiosos, debajo de una ceiba que los protegía del sol violento, explicaronque el peso del animal no iba a permitirles transportarlo entero, y de inmediato comenzaron a descuartizarlo.
Yo estaba en mi apartamento de Bogotá, unos doscientos cincuenta kilómetros al sur, cuando vi la imagen por primera vez, impresa a media página en una revista importante. Así supe que las vísceras habían sido enterradas en el mismo lugar en que cayó la bestia, y que la cabeza y las patas,en cambio, fueron a dar a un laboratorio de biología de mi ciudad. Supe también que el hipopótamo no había escapado solo: en el momento de la fuga lo acompañaban su pareja y su cría —o los que, en la versión sentimental de los periódicos menos escrupulosos, eran su pareja y su cría—, cuyo paradero se desconocía ahora y cuya búsqueda tomó de inmediato un sabor de tragedia mediática, la persecuciónde unas criaturas inocentes por parte de un sistema desalmado. Y uno de esos días, mientras seguía la cacería a través de los periódicos, me descubrí recordando a un hombre que llevaba mucho tiempo sin ser parte de mis pensamientos, a pesar de que en una época nada me interesó tanto como el misterio de su vida.
Durante las semanas que siguieron, el recuerdo de Ricardo Laverde pasó de ser unasunto casual, una de esas malas pasadas que nos juega la memoria, a convertirse en un fantasma fiel y dedicado, presente siempre, su figura de pie junto a mi cama en las horas de sueño, mirándome desde lejos en las de la vigilia. Los programas de radio de la mañana y los noticieros de la noche, las columnas de opinión que todo el mundo leía y los blogueros que no leía nadie, todos se preguntaban siera necesario matar a los hipopótamos extraviados, si no bastaba con acorralarlos, anestesiarlos, devolverlos al África; en mi apartamento, lejos del debate pero siguiéndolo con una mezcla de fascinación y repugnancia, yo pensaba cada vez con más concentración en Ricardo Laverde, en los días en que nos conocimos, en la brevedad de nuestra relación y la longevidad de sus consecuencias.
En la...
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