El sabueso

Páginas: 13 (3116 palabras) Publicado: 22 de noviembre de 2011
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H. P. Lovecraft
EL SABUESO

En mis atormentados oídos resuena incesantemente una pesadilla de zumbidos y aleteos, y un aullido débil y distante, como el de un gigantesco sabueso. No es sueño -ni tampoco, me temo, locura-, ya que han tenido lugar demasiados sucesos como para permitirme tales dudas misericordiosas. St. John es un cadáver destrozado; tan sólo yo sé por qué, yporque lo sé voy a saltarme los sesos por temor a sufrir igual destino. A través de tenebrosos e ilimitados pasadizos de espantosa fantasmagoría se escabulle la némesis negra e informe que me empuja al suicidio.
¡Quiera el cielo perdonar la locura y morbo que nos llevaron a este monstruoso final! Hastiados de los lugares comunes de un mundo prosaico donde pronto se pierde el regusto del romance yla aventura, St. John y yo habíamos seguido con entusiasmo cada movimiento estético e intelectual que nos prometiera un respiro en nuestro devastador aburrimiento. En tiempos nos habíamos empapado de los enigmas de los simbolistas y los éxtasis de los prerrafaelistas, pero cada nueva moda agotaba pronto su divertida novedad y su reclamo. Sólo la sombría filosofía de los decadentes lograbaretenernos, y tan sólo nos resultaba suficientemente fuerte incrementando progresivamente la hondura y lo demoníaco de nuestras exploraciones. Baudelaire y Huysman pronto quedaron vacíos de estremecimiento, hasta que por último sólo nos restaron los más directos estímulos de antinaturales aventuras y experiencias personales. Fue esta espantosa necesidad emocional lo que finalmente nos condujo por estedetestable camino que aún en mi presente estado de temor menciono con vergüenza y reparo... ese odioso extremo de la atrocidad humana, la horrenda práctica de violar tumbas.
No puedo revelar los detalles de nuestras estremecedoras expediciones, o dar cuenta ni siquiera parcialmente de los peores trofeos que adornaban el indescriptible museo diseñado por nosotros mismos en la gran casa de piedra quehabitábamos, solos y sin criados. Nuestro museo era un sitio blasfemo e inconcebible, donde con el satánico gusto de un virtuoso neurótico habíamos recreado un universo de terror y decadencia destinado a excitar nuestra mortecina sensibilidad. Era un cuarto secreto, abajo, muy abajo, donde grandes demonios alados, esculpidos en basalto y ónice, vomitaban por sus amplias y sonrientes bocassalvajes luces verdes y anaranjadas; y ocultos respiraderos agitaban en calidoscópicas danzas de la muerte las filas de rojos seres de ultratumba que entrelazaban las manos en las voluminosas colgaduras negras. A través de esos suspiros llegaban a voluntad los aromas que nuestros sentidos más apeteciesen. A veces el olor de los pálidos lirios fúnebres, en ocasiones el narcótico incienso de imaginariossepulcros orientales conteniendo a regios difuntos, y a veces —¡cómo me estremezco al recordarlo!— el espantoso, el agobiante hedor de las tumbas abiertas.
Contra los muros de esta repelente estancia se encontraban sarcófagos de antiguas momias, alternando con hermosos cuerpos, casi vivos, perfectamente disecados y conservados por el arte del taxidermista, y con lápidas hurtadas a todos los masviejos camposantos del mundo. Nichos dispersos contenían cráneos de todas las formas, así como cabezas conservadas en distintos estadios de descomposición. Allí podían verse los restos podridos y expuestos de famosos aristócratas, así como los cabellos dorados, lozanos y radiantes de un chiquillo recién desenterrado. Había estatuas y pinturas, sobre todo tocantes a infernales temas; algunos de ellosobras de St. John y de mí mismo. Un portafolios cerrado con llave, realizado con piel humana curtida, contenía ciertos dibujos desconocidos e indescriptibles atribuidos al propio Goya, de quien se decía que nunca osó exponerlos a la opinión pública. Había nauseabundos instrumentos musicales de cuerda, metal y madera, con los que St. John y yo a veces interpretábamos disonancias de exquisita...
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