El Señor Ibrahim

Páginas: 46 (11396 palabras) Publicado: 14 de junio de 2012
Annotation
Moisés es un niño judío que vive en Paris con su padre. El Serñor Ibrahim, un anciano árabe, regenta una tienda de ultramarinos en la misma Calle Azul en la que vive Moisés, y será allí donde éste empezará a comprender la vida adulta y dejará atrás su infancia.Con un padre permanentemente afligido por el abandono de su esposa, preocupado constantemente por su trabajo y por sus librosde leyes, Moisés acepta casi sin darse cuenta la amistad incondicional que le brinda el Señor Ibrahim. En su tienda hablarán sobre los sucesos cotidianos y sobre las cosas de la vida. Una amistad pausada, sin exigencias, forjada en el entendimiento mutuo y en un cariño que despierta sin ruido, sin avisar.El Señor Ibrahim y las flores del Corán es un libro breve pero muy intenso, cuenta con apenas60 páginas que su autor ha llenado de emociones y sentimientos. Sin duda, una joya que no debe pasar de largo.



El señor Ibrahim y las flores del Coran


Eric-Emmanuel Schmitt

El señor Ibrahim y las flores del Corán

Para Bruno Abraham-Kremer

A los trece años rompí mi cerdito y me fui de putas. Mi cerdito era una hucha de porcelana vidriada, color vómito, con una ranura quedejaba meter las monedas pero que no las dejaba salir. Mi padre había escogido esa hucha de sentido único porque se correspondía con su visión de la vida: el dinero está para guardarlo, no para gastarlo. Había doscientos francos en las tripas del cerdito. Cuatro meses de trabajo.

Una mañana, antes de marcharme al instituto, mi padre me dijo:

- Moisés, no lo entiendo… Falta dinero… A partir deahora, vas a apuntar en el cuaderno de la cocina todo lo que vayas gastando al hacer la compra.

O sea, que no bastaba con que me echaran la bronca en el instituto igual que en casa, no bastaba con lavar la ropa, estudiar, hacer la comida, encargarme de las compras; no bastaba con vivir solo en un enorme piso negro, vacío y sin amor; con ser el esclavo, más que el hijo, de un abogado sin pleitos ysin mujer. ¡Encima, ahora, resultaba que también era un ladrón! Pues ya que era sospechoso de robar, decidí hacerlo de verdad.

Total, que en las tripas del cerdito había doscientos francos. Doscientos francos era lo que costaba una chica de la calle Paraíso. Era el precio de hacerse hombre.

Las primeras me pidieron el carné de identidad. A pesar de mi voz, a pesar de mi peso (estaba gordocomo un saco de golosinas), no se acababan de creer que tuviera los dieciséis años que les declaraba. Debía de ser que me habían ido viendo pasar y crecer, durante todos esos años, enganchado a mi bolsa de malla llena de verduras.

Al fondo de la calle, bajo el porche, había una chica nueva. Era rechonchita, guapa como ella sola. Le enseñé mi dinero. Me sonrió. -¿Tienes dieciséis años, tú?

-Sí, sí. Desde esta mañana.

Subimos. No me lo podía creer: tenía veintidós años, era toda una mujer y era toda para mí. Me explicó cómo había que lavarse, y después cómo se hacía el amor…

Evidentemente, yo ya lo sabía, pero la dejé hablar, para que se sintiera más a gusto, y además porque me molaba su voz, así como un poco mosqueada y un poco tristona. Todo el tiempo que pasé con ella, estuve apunto de desmayarme. Al final, me acarició la cabeza, con dulzura, y me dijo:

- Tendrás que volver y traerme un regalito.

Eso casi me fastidió toda la alegría: me había olvidado del regalito. Ya está, ya era todo un hombre. Había recibido el bautismo entre los muslos de una mujer. Apenas si me aguantaba de pie de lo que me temblaban las piernas y ya habían comenzado los problemas: se mehabía olvidado el famoso regalito.

Volví a casa corriendo, entré como una exhalación en mi cuarto, miré a mi alrededor para ver qué era lo mejor que le podía regalar, y me fui volando a la calle Paraíso. La chica seguía bajo el porche. Le regalé mi osito de peluche.

Fue más o menos en esa misma época cuando conocí al señor Ibrahim.

El señor Ibrahim siempre había sido viejo. Según recuerdan...
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