el señor de las moscas

Páginas: 264 (65837 palabras) Publicado: 10 de abril de 2014





El Señor de las Moscas
William Golding







A mi madre y a mi padre



1. El toque de caracola .........................................
2. Fuego en la montaña .......................................
3. Cabañas en la playa ..........................................
4. Rostros pintados y melenas largas ........................
5. El monstruo del mar..........................................
6. El monstruo del aire .......................................
7. Sombras y árboles altos ....................................
8. Ofrenda a las tinieblas ........................................
9. Una muerte se anuncia .......................................
10. La caracola y las gafas .......................................
11. El Peñóndel Castillo ........................................
12. El grito de los cazadores ....................................
















El toque de caracola







El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa grispegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor. Avanzaba el muchacho con difi­cultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco;
—¡Eh —decía—, aguarda unsegundo!
La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave gol­peteo.
—-Aguarda un segundo —dijo la voz—, estoy atra­pado.
El muchacho rubio se detuvo y se estiró las medias con un ademán instintivo, que por un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres.
De nuevo habló la voz.
—No puedo casi moverme con estasdichosas trepa­doras.
El dueño de aquella voz salió de la maleza andando de espaldas y las ramas arañaron su grasiento anorak. Te­nía desnudas y llenas de rasguños las gordas rodillas. Se agachó para arrancarse cuidadosamente las espinas. Des­pués se dio la vuelta. Era más bajo que el otro muchacho y muy gordo. Dio unos pasos, buscando lugar seguro para sus pies, y miró tras sus gruesas gafas.
—¿Dóndeestá el hombre del megáfono? El muchacho rubio sacudió la cabeza.
—Estamos en una isla. Por lo menos, eso me parece. Lo de allá fuera, en el mar, es un arrecife. Me parece que no hay personas mayores en ninguna parte.
El otro muchacho miró alarmado.
—¿Y aquel piloto? Pero no estaba con los pasajeros, es verdad, estaba más adelante, en la cabina.
El muchacho rubio miró hacia el arrecife conlos ojos entornados.
—Todos los otros chicos... —siguió el gordito—. Al­guno tiene que haberse salvado. ¿Se habrá salvado algu­no, verdad?
El muchacho rubio empezó a caminar hacia el agua afectando naturalidad. Se esforzaba por comportarse con calma y, a la vez, sin parecer demasiado indiferente, pero el otro se apresuró tras él.
—¿No hay más personas mayores en este sitio?
—Me parece que no.El muchacho rubio había dicho esto en un tono solem­ne, pero en seguida le dominó el gozo que siempre pro­duce una ambición realizada, y en el centro del desga­rrón de la selva brincó dando media voltereta y sonrió burlonamente a la figura invertida del otro.
—¡Ni una persona mayor!
En aquel momento el muchacho gordo pareció acor­darse de algo.
—El piloto aquel.
El otro dejó caer sus pies y sesentó en la tierra ar­diente.
—Se marcharía después de soltarnos a nosotros. No podía aterrizar aquí, es imposible para un avión con ruedas.
—¡Será que nos han atacado!
—No te preocupes, que ya volverá.
Pero el gordo hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Cuando bajábamos miré por una de las ventanillas aquellas. Vi la otra parte del avión y salían llamas. Observó el desgarrón de la...
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