El silencio de las sirenas
El retorno a Kafka siempre corre el riesgo de reafirmar su uso canónico. Sin embargo, no atravesar ese riesgo sería optar pordejarlo atrás, en un gesto tan soberano como arrogante. Conozco demasiados post-kafkianos que jamás han pasado por Kafka como para no persistir todavía en sus huellas. El olvidode sus textos no sólo no cuestiona el canon dominante, sino que se limita a encumbrar aquello que desconoce. Nuestra época es la época que celebra lo que ignora: puesto quepresupone el valor de algunos autores, se exime de leerlos. A las perspectivas críticas que cuestionan ciertos modos dominantes de lectura, se le ha superpuesto una posición queacepta tácitamente los autores consagrados pero que se siente exenta de la necesidad de retorno. Es quizás uno de los efectos de la cultura del vértigo: buscar siempre nuevascelebridades, sometidas a la temporalidad de lo efímero.
"El silencio de las sirenas" no es un texto central en la escritura de Kafka. Desde La metamorfosis, El Proceso, ElCastillo, América o incluso las sorprendentes En la jaula penitenciaria o La madriguera, podría decirse que este pequeño relato es más bien un "texto menor", anotacionesrealizadas en algún cuaderno salvado de la quema. Sin embargo, me conmovió desde que lo leí por primera vez, quizás por su condición misma de anotación de segundo orden -no exentade melancolía-, por la ausencia que le sobrevuela, por cierta inexactitud de sus trazas (recuérdese que eran los remeros quienes tenían tapados los oídos, no Ulyses). Encualquier caso, insinúan algo más terrible que la seducción del mito del canto: quizás, el silencio contemporáneao como respuesta final, la pérdida de lo bello como único hallazgo.
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