El suplicio de Damiens

SUPLICIO

Mi nombre es Robert Francois Damiens, llevo preso durante meses. En esta celda de paredes sucias apenas llega la luz a través de una pequeña ventana atravesada con gruesos barrotes. Pero eso no importa más. Pronto vendrán por mí.
Ya casi no tengo ropas, todas están raídas y en pedazos, desde que la corte me interrogó mi camisa quedó cortada por los latigazos de los verdugos.Recuerdo entrar a un salón que a pesar de estar presidido por las eminencias de la corte se encontraba inusualmente a oscuras, apenas uno o dos candelabros encendidos en las esquinas y una chimenea iluminaban tenuemente la habitación. Todo un calabozo.
A mis costados, dos soldados de la guardia sostenían con firmeza mis grilletes y el único sonido que se escuchaba era el de mis cadenas arrastradaspor el suelo cual alma en pena, un hecho vaticinante si me lo preguntan ahora. Los soldados soltaron mis grilletes y extendieron las cadenas hasta sujetarlas de modo que mis brazos quedaron completamente en cruz, listo para el interrogatorio.
Después de azotarme tantas veces que perdí la cuenta en medio de los gritos y el dolor, optaron por un castigo que supongo les dio mejores resultados enanteriores ocasiones.
Cuando quedé rendido de los azotes, caí al suelo con fuerza, agotado, no entendía cómo continuaba consciente, ni siquiera me esforzaba, mi espalda latía con violencia y un calor abrazador recorría cada veta abierta en la piel, la única calidez que había en la sala era la de mi sangre empapando lo que quedaba de mis ropas y cayendo a gotas sobre el suelo.
Un efímero alivio measomó en el alma cuando terminaron los latigazos del verdugo, pero cuando los asistentes no soltaron mis cadenas comprendí que el suplicio estaba lejos de terminar.
Tras colocarme grilletes en los pies, los guardias procedieron a sujetarme boca arriba por cada extremidad estirando las cadenas. El dolor de mi carne viva al contacto con el suelo de piedra fue terrible, retorcerme era inevitable,pero ese iba a ser el menor de mis castigos lo comprendería más tarde.
Me mantuvieron tendido en el suelo, no sé por cuánto tiempo, mientras ponían unos fierros en la brasa de la chimenea, sabía lo que iba a pasar a continuación, lo había visto antes mientras cumplía servicio en el ejército y la verdad hubiera preferido una ronda más de azotes, o las que fueran.
El verdugo removió el fierro unascuantas veces en el fuego atizándolo, cuando por fin lo sacó, el metal era una llama viva, se volvió hacia donde yo me encontraba tendido y sentí cómo los guardias tensaban las cadenas para tenerme bien sujeto. El verdugo caminaba despacio, como si se regocijara en mi suplicio, estoy seguro que lo hacía. Caminó con el acero a fuego vivo en alto, sujetándolo como una antorcha, la cara cubierta poruna capucha negra, era una antítesis de la dama libertad.
Con ese fierro ardiente me quemaron los pies con mis alaridos de fondo musical, el olor a carne quemada invadió el aire con ese vaho insoportable de saber que es la carne propia la que está en el asadero. Los ilustres al fin abandonaron la sala sin poder tolerar más la pestilencia, tapándose las narices con sus pañuelos de seda, sus rostrosinconmovibles durante toda la tortura solo pudieron fruncir el seño a causa del asco de su justicia de látigo y llamas.
Después de que lo único que obtuvieron de mí fueron gritos y lágrimas mientras ellos buscaban el nombre desconocido de un cómplice que no existió jamás, fui arrastrado a esta celda en donde por fin pude hundirme en la más dulce de las inconsciencias lejos de este cuerpo vueltopedazos.
Desde ese día no he vuelto a salir y veo el sol desde los barrotes de esa ventana, apenas puedo caminar para alcanzar su borde y sujetarme brevemente con las escasas fuerzas que me quedan en los brazos para después dejarme caer sobre este frío de piedra que presencia a lo que han reducido mi existencia.
Y todo esto por qué? Cuál fue mi crimen? Llevar a cabo lo que toda una Francia...