El Testigo - Mario Vargas Llosa

Páginas: 7 (1576 palabras) Publicado: 6 de febrero de 2016
E D I T A D O

POR

PRENSA

ESPAÑOLA,

SOCIEDAD

ANÓNIMA

M

R

D

I

D

ABC

FUNDADO

EN

1905 POR DON TORCUATO

LUCA

REDACCIÓN,

ADMINIS-

TRACIÓN Y TALLERES:
CARDENAL ILUNDAIN, 9
S

E

V

I

L

L

A

DE TENA

A B C es independiente en su línea, de pensamiento, y no acepta necesariamente como suyas las ideas vertidas en los artículos firmados

O

EL TESTIG O

CURRIÓ a med i a d o s de
1962, enParís. Yo vivía en un
altillo de ia rué de Tournon, sobre un
departamento ilustre (lo había ocupado
Gerard Phillipe, actor tan riguros.o que
eí antiguo inquilino, ei crítico de arte
Damián Baypn, lo había oído alguna vez
ensayar toda una tarde un solo parlamento del «Cid>, de Corneillej. Una mañana tocaron la puerta y ai abrir me encontré con un hombre respetuoso que,
con la mayor delicadeza, meofreció una
revista. La vendía de casa en casa; se
llamaba «Reveille-ToiU'y costaba apenas
cien francos antiguos. Compré un ejemplar por cortesía; al descubrir que era
religiosa y oroselitista la eché al basurero y me olvidé del vendedor. A s í comenzó la pesadilla que duraría un año.
La puerta volvió a sonar tres o cuatro
días más tarde y otra vez se dibujó en
e! dintel la silueta del- hombrerespetuoso. Ño venía a vender nada sino a hacerme una pregunta: ¿Había leído «Reveilie-Toü»? Mi respuesta negativa no
pareció sorprenderlo. Con timidez inquirió si podía pasar cinco minutos, tomados pi«r reloj, a explicarme qué era y
qué se proponía la revista «con nombre
de despertador» (la broma era suya}.
Por una debilidad de la que me arrepentiría cien veces consentí. En efecto, apenas se q u e dó los minutos suficientes
para presentarse como un Testigo de
Jehcvá: ¿Sabía yo algo de ellos? Le dije
que muy poco, que había oído que no
toleraban las transfusiones de sangre
ni el servicio militar y que se bautizaban
zambulléndose vestidos en las piscinas.
Celebró mi respuesta como si hubiera
dicho la cosa más ingeniosa del mundo
y se despidió, excusándose por haberme
quitado el tiempo. Antesde partir murmuró, avergonzado de su audacia, que,
siempre que yo no tuviera inconveniente, pasaría cualquier día para que conversáramos de cosas interesantes.

do las extraordinarias precauciones que
tomó para hacerme saber, en un estadio
avanzado de rni educación, que el infierno no existía y su sorpresa a! notar que
esta ausencia no me entristecía y más
bien me a l i v i a b a . Tambiénconservo,
como un recuerdo ameno, la prédica en
que me comunicó uno de ¡os postulados
atrevidos de su f e : la inexistencia de
la vida eterna, la convicción de que ia
muerte puede significar extinción tota!.
Pero estos episodios., capaces de atizar
la fantasía o de provocar terror o felicidad en él catecúmeno, eran gotas de
agua en la sofocante aridez de la mayoría de las sesiones.
Cuando el aburrimientovencía cierto
límite yo hacía de abogado del diablo,
es decir, del Papa. Roma, ios católicos,
el Vicario de Cristo eran los únicos asuntos que alteraban la serenidad monolítica
de mi evangelízador. Yo lo provocaba
con argumentos viles, numéricos. ¿Cuan-.
tos católicos había en el mundo y cuántos Testigos de Jehová? ¿Qué p o d í a n
pesar en la balanza del martirio por la
fe ese puñado de Testigosde Jehová
encarcelados en la URSS y en España
por no jurar fidelidad a la bandera, comparados con las muchedumbres despedazadas en los coliseos romanos o, incluso, con las monjitas que en esos mismos
días morían flechadas en el Congo? Pese
a sus esfuerzos, palidecía de envidia.
Empezaba entonces la perorata contra
los que, a todas luces, consideraba sus
rivales más temibles. Los llamaba«papistas». Pretendía enanizarlos doctrinariamente a mis ojos, con argumentos teológicos que se prestaba de los evangelistas, profetas, padres dé la Iglesia, etcétera. Yo lo obligaba a bajar sus topes
con infamias de este calibre: «¿Cómo
se puede parangonar con una religión
que tiene su cabeza en la bellísima y
antiquísima ciudad de Rómuio y Remo
una que tiene sus oficinas centrales en
Brooklyn?» «Más de...
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