El valle de las muñecas

EL VALLE DE LAS MUÑECAS
Capitulo 1.
Hacía frío.
La nieve caía en gruesos y blancos copos. El sonido de mis pisadas era amortiguado por la blancura bajo mis pies, los ecos del correteo se perdía en los muros de hormigón que constituían el sucio y oscuro callejón en el que esta escena siempre se repetía.
No recordaba cómo había llegado allí.
No recordaba siquiera por qué estaba corriendo.Solo sabía que debía huir, escapar.
De un momento a otro me vi a pocos metros de salir del callejón. La luz al final lucía como una señal silenciosa de inminente salvación. Hice un amago de sonreír porque creí estar libre del peligro.
Pero de un momento a otro me encontraba con una navaja manchada entre mis dedos, y mis manos sucias y cubiertas de oscura y pegajosa sangre seca.
Y lo siguiente quesabía era que estaba en mi cama, descalza, magullada y tiritando entre las sábanas.
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Unos ojos grises rodeados por unas ojeras que evidencian un fuerte padecimiento de insomnio, una amplia bufanda rodeando el pálido cuello y cubriendo parte de la mortecina piel del rostro, un cabello negro, largo y ondulado; cayendo completamente desordenado sobre la bufanda y el rostro…
Ese erael reflejo que me devolvía la oscura ventana del auto de mi madre. Mi descontento era completamente obvio para mi reflejo, para mis hermanas, para mis vecinos...
Excepto para mi madre.
—¿No estás feliz, Meg? ¡París, Meg!
—Debí suponer que había algo sospechoso cuando nos enviaste a ese curso de francés hace un año —murmuré con evidente molestia.
A los ojos de mi madre no lucía molesta, furiosao llena de rabia. Lucía simplemente enfurruñada. Como un niño que hace un berrinche simplemente porque no lo dejaban ir a jugar con sus amigos. Escuché un chasquido y un bufido de su parte.
—Estaremos mucho mejor ahora. En especial tú.
"En especial tú.". Eso en lugar de aliviarme, me hacía fruncir más el ceño.
—¿Qué tenía de malo la ciudad?
No odiaba Londres, mi ciudad natal, claro que no. Elproblema radicaba en que esa gran ciudad se había convertido en una especie de prisión para mí, que me empujaba día tras día a comportarme de la peor forma. Cada día que transcurría me hundía más y más en una espiral sin salida. O al menos esa era la forma en que yo veía el estar sufriendo recaídas depresivas cuatro veces a la semana. El dinero ya no nos alcanzaba para tanto psicólogo ypsiquiatra.
El problema era que, como buena Tauro, era reacia al cambio y terca en relación a las circunstancias. Yo no me veía empezando de cero en otra ciudad. Masoquismo puro supongo.
(Aunque sí que había una parte de mí que quería comenzar desde cero en un lugar donde nadie supiese mi nombre ni mi historia. Pero supongo que eso es contradictorio. Adolescencia en su estado puro, creo)
—¡Ya basta!—explotó mi hermana Aria. Su amplia melena castaña ondeó al girarse hacia atrás para mirarme con reproche. O al menos eso era lo que se veía en el cristal de la ventana. Escuché una aguda risita a mi lado. Enseguida supe que provenía de la garganta de una de mis hermanas menores, Janis. Un suave resoplido sonó más atrás, justo al lado de ella, de parte de su hermana gemela Adeláide.
—Hey Ari, puedescalmarte. A Meg lo único que le afecta es que saldremos de una cosmopolita ciudad a un pequeño agujero donde todo el mundo se aprende tu vida y obra al cabo de dos días de estadía —musitó Janis.
No pude evitar el soltar una ahogada risita. Mi hermanita nunca cambiaría.
—¡Janis, por amor de Cristo! —exclamó mi madre. La aludida simplemente atinó a encogerse de hombros sin dejar de sonreír.
—Solodigo la verdad, mamá —inquirió en tono burlón. Su amplia sonrisa lucía lobuna y maliciosa—. Además, eso lo dijo Meg esta mañana. Si al menos ella se mudara con nosotras, todo iría de perlas…
—¡Ni hablar! ¡Ustedes simplemente necesitan un cambio de ambiente! En especial Meg.
"En especial Meg". Sí, yo siempre era el problema de que tuviésemos que cambiar de ambiente.
¿Por qué nos mudábamos?...