El Verano Feliz De La Señora Dorbes - Gabriel García Marquez
— Es una murena helena — nos dijo—, así lla¬mada porque fue un animal sagrado para los griegos antiguos.
Oreste, el muchacho nativo que nos enseñaba a nadar en aguas profundas, apareció de pronto detrás de los arbustos de alcaparras. Llevaba la máscara de buzo en la frente, un pantalón de bañominúsculo y un cinturón de cuero con seis cuchillos, de formas y tamaños distintos, pues no concebía otra manera de cazar debajo del agua que peleando cuerpo a cuer¬po con los animales. Tenía unos veinte años, pasaba más tiempo en los fondos marinos que en la tierra firme y él mismo parecía un animal de mar con el cuerpo siempre embadurnado de grasa de motor. Cuando lo vio por primera vez, la señoraForbes había dicho a mis padres que era imposible concebir un ser humano más hermoso. Sin embargo, su be¬lleza no lo ponía a salvo del rigor: también él tuvo que soportar una reprimenda en italiano por haber colgado la murena en la puerta, sin otra explicación posible que la de asustar a los niños. Luego, la se¬ñora Forbes ordenó que la desclavara con el respeto debido a una criatura mítica y nos mandóa vestir¬nos para la cena.
Lo hicimos de inmediato y tratando de no co¬meter un solo error, porque al cabo de dos semanas bajo el régimen de la señora Forbes habíamos aprendido que nada era más difícil que vivir. Mientras nos duchábamos en el baño en penumbra, me di cuenta ¿c que mi hermano seguía pensando en la murena. «Tenía ojos de gente», me dijo. Yo estaba de acuer¬do, pero le hice creer locontrario, y conseguí cam¬biar de tema hasta que terminé de bañarme. Pero cuando salí de la ducha me pidió que me quedara para acompañarlo.
— Todavía es de día — le dije.
Abrí las cortinas. Era pleno agosto, y a través de la ventana se veía la ardiente llanura lunar hasta el otro lado de la isla, y el sol parado en el cielo.
— No es por eso — dijo mi hermano—. Es que tengo miedo de tenermiedo.
Sin embargo, cuando llegamos a la mesa parecía tranquilo, y había hecho las cosas con tanto esmero que mereció una felicitación especial de la señora Forbes, y dos puntos más en su buena cuenta de la semana. A mí, en cambio, me descontó dos puntos de los cinco que ya tenía ganados, porque a última hora me dejé arrastrar por la prisa y llegué al come¬dor con la respiración alterada. Cadacincuenta pun¬tos nos daban derecho a una doble ración de postre, pero ninguno de los dos había logrado pasar de los quince puntos. Era una lástima, de veras, porque nunca volvimos a encontrar unos budines más deli¬ciosos que los de la señora Forbes.
Antes de empezar la cena rezábamos de pie fren¬te a los platos vacíos. La señora Forbes no era ca¬tólica, pero su contrato estipulaba que nos hiciera...
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