Elfos
Ludwig Tieck
(1773-1853)
0á
LOS ELFOS
—¿Dónde está nuestra pequeña María?
—Está jugando en el prado con el hijo de nuestro vecino
contestó la mujer.
—No vayan a perderse —dijo el padre, preocupado—, son
tan atolondrados.
La madre echó un vistazo a los pequeños y les llevó su
merienda a la mesa.
—¡Qué calor hace! —dijo el muchacho mientras la niña se
abalanzaba sobre las rojascerezas.
—Tengan cuidado, niños —dijo la madre—, no vayan muy
lejos de casa ni se adentren en el bosque; su papá y yo vamos al
campo.
El joven Andrés contestó:
—¡Oh, no hay por qué preocuparse! El bosque nos asusta y
vamos a quedarnos sentados cerca de la casa, donde hay gente.
Al momento, la mujer se retiró y salió acompañada de su
esposo. Cerraron ambos la puerta de la casa y se dirigieron al
campo ylos prados para inspeccionar a los peones y, al mismo
tiempo, la cosecha de heno. La casa se situaba en una pequeña y
verde loma, rodeada por un declive con empalizadas que
abarcaban también los huertos y los invernaderos; un poco más
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abajo, se extendía el pueblo, y a lo lejos se elevaba el palacio
ducal. Martin arrendaba la propiedad señorial y vivía con su
esposa y su única hija, contentoporque cada año ahorraba con
la perspectiva de hacerse, a costa de su trabajo, un hombre rico
ya que la tierra era fértil y el señor conde más bien benévolo.
Al caminar junto a su mujer en dirección de los campos, miró
con alegría en torno suyo y dijo:
—Qué distinta es esta región de la otra en que vivíamos,
Brígida. Aquí todo es tan verde, el pueblo es abundante en
frutos, la tierra derrocha pastosy hermosas flores, todas las
casas son alegres y limpias, y los habitantes, ricos. Hasta pienso
que los bosques son aquí más hermosos y el cielo más azul;
hasta donde alcanza la vista, puede verse el gozo y la alegría
ante la generosidad de la naturaleza.
—En cuanto se está más allá del río —dijo Brígida—, se
encuentra uno como en otra tierra, todo tan triste y raquítico.
Cuanto forastero viene,afirma que nuestro pueblo es el más
bello de la región.
—Con excepción del valle de abetos —contestó él—. Mira
hacia allá, qué negro y triste se ve ese apartado lugar dentro de
toda la alegría que lo circunda. Detrás de los oscuros abetos
están la humeante casita, los cobertizos derruidos, el hilo de
agua que pasa de largo con aire triste.
—Es cierto —dijo la mujer, mientras permanecían de pie—.
Alacercarse a ese lugar, se vuelve uno triste y temeroso sin
saber la razón de ello. ¿Quiénes serán en realidad esos que
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viven allí y por qué se mantienen alejados de toda comunidad
como si no tuvieran la conciencia tranquila?
—Pobre chusma —contestó el joven arrendatario—. Parecen
gitanos que roban y engañan en lo apartado, y quizá allí sea su
escondite. Lo único que me asombra es que el muybenévolo
señorío los tolere.
—Podría también ser gente pobre —dijo la mujer,
compasivamente— que se avergüenza de su pobreza, aunque
uno no tiene realmente razón al culparlos de nada; lo único que
da en qué pensar es que no muestran devoción hacia la iglesia.
Y no se sabe de qué viven pues el jardincillo, que parece estar
completamente abandonado, no los puede ni siquiera
alimentar, ni tampocoposeen sus propios campos.
—Sólo Dios sabe en qué se ocupen —continuó Martín,
mientras reanudaba sus pasos—, pues ningún ser humano pasa
junto a ellos, y el lugar que habitan está apartado y embrujado,
de manera que ni los muchachos más traviesos se atreven a
acercarse.
Continuaron conversando mientras se encaminaban al
campo. Aquella oscura región de la que hablaban estaba
situada fuera del pueblo.En una pendiente rodeada de abetos
se veía una casita y diversas construcciones pertenecientes a
varias granjas casi del todo destruidas. Muy de vez en cuando
llegaba a apreciarse el humo de las chimeneas, y más rara
todavía era la presencia de gente. En una sola ocasión, un
curioso que se había atrevido a acercarse advirtió en un banco,
delante de la casita, unas horribles mujeruchas vestidas...
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