Elogio a la lentitud
NIHIL OBSTAT: El Cofadre Censor
IMPRÍMASE Y PLACET: Capítulo General del año 2005
Elogio de la lentitud. Carl Honoré.
Ejemplar no venal para uso interno de los cofadres.
EDICIONES DE LA COFADRÍA DE SAN BRUNOFIERRO
Labuerda. Sobrarbe. 2005.
COLECCIÓN: “EL COFADRE SANO”, NRO. 2
La era del furor
La gente nace y se casa, vive y muere en medio de untumulto tan frenético
que uno pensaría que enloquecerán.
William Dean Bowells, 1907
Una tarde bruñida por el sol del verano de 1985, mi viaje de
adolescente por Europa se detiene en una plaza de las
afueras de Roma. El autobús que ha de llevarme a la ciudad
lleva veinte minutos de retraso y no parece que fuera a
aparecer. Sin embargo, el retraso no me molesta. En vez de ir
de un lado a otropor la acera o llamar a la compañía de
autobuses y presentar una queja, me pongo los auriculares
del walkman, me tiendo en un banco y escucho a Simon y
Garfunkel, que cantan sobre los placeres de hacer las cosas
despacio y el momento duradero. Cada detalle de la escena
está grabado en mi memoria: dos chiquillos dan patadas a una
pelota alrededor de una fuente medieval, las ramas de losárboles rozan un muro de piedra y una anciana viuda lleva
verduras a casa en una bolsa de mallas.
Avancemos velozmente quince años, y todo ha cambiado. El
escenario es ahora el ajetreado aeropuerto romano de
Fiumicino, y yo soy un corresponsal de prensa extranjero que
se apresura a tomar el vuelo de regreso a Londres. En vez de
dar puntapiés a los guijarros y sentirme eufórico, camino a
grandeszancadas por la sala del aeropuerto, maldiciendo en
silencio a toda persona que se cruza en mi camino a un ritmo
más lento. En vez de escuchar música popular con un
walkman barato, hablo por el móvil con un director de
periódico que se encuentra a miles de kilómetros de distancia.
En la puerta me coloco al final de una larga cola, en la que no
hay nada que hacer más que esperar. Soy el únicoincapaz de
estar mano sobre mano. Hacer que la espera sea más
productiva parece que sea menos espera, así que me pongo a
hojear un periódico. Y es entonces cuando tropiezo con el
artículo que acabará por inspirarme para escribir un libro
acerca de la lentitud. He aquí el titular que me llama la
atención: «El cuento para antes de dormir que sólo dura un
minuto». A fin de ayudar a los padresque han de ocuparse de
sus pequeños consumidores de tiempo, varios autores han
condensado cuentos de hadas clásicos en fragmentos
sonoros de sesenta segundos. Hans Christian Andersen
comprimido en un resumen para ejecutivos. Mi primer reflejo
es gritar ¡eureka! Por entonces estoy trabado en un tira y
afloja con mi hijo de dos años, a quien le gustan los relatos
largos leídos despacio y conmuchas digresiones. Pero todas
las noches procuro echar mano de los cuentos más cortos y
se los leo con rapidez. A menudo nos peleamos. «Vas
demasiado rápido», se queja.
O, cuando me dirijo a la puerta: «¡Quiero otro cuento!». En
parte me siento atrozmente egoísta cuando acelero el ritual a
la hora de acostarse el pequeño, pero por otra parte no puedo
resistirme al impulso de apresurarmepara hacer el resto de
las cosas que figuran en mi agenda: la cena, el correo
electrónico, leer, revisar facturas, trabajar más, las noticias de
la televisión...
Dar un paseo largo y lánguido por el mundo del doctor Seuss
no es una opción factible. Es demasiado lento.
Así pues, a primera vista, la serie de cuentos para antes de ir a
dormir reducidos a un minuto parece demasiado buena paraser
cierta. Sueltas de carrerilla seis o siete «cuentos» y terminas antes
de que hayan pasado diez minutos: ¿podría haber algo mejor?
Entonces, cuando empiezo a preguntarme con qué rapidez
Amazon podrá enviarme toda la serie, aparece la redención en
forma de interrogante: ¿acaso me he vuelto loco de remate?
Mientras la cola ante la puerta de embarque serpentea hacia la
última comprobación...
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