elpunalenlagarganta

Páginas: 16 (3959 palabras) Publicado: 5 de septiembre de 2015
EL PUÑAL EN LA GARGANTA
Tengo una foto en mis manos. Somos nosotros, Diego y yo, antes de que
todo comenzara. Es una imagen del principio, primordial. Tengo un polvillo
blanquecino en mis dedos. Son los restos del veneno que le sirvo todas las
tardes en el vaso de sake: en cada toma un miligramo más. Es una evidencia del
deterioro, terminal. El polvillo ha manchado la foto, de la misma manera queel
sórdido presente mancha los recuerdos hermosos del pasado. Están
contaminados esos recuerdos, tan envenenados como la copa de aguardiente.
Miro ahora la foto y no le reconozco. Es el rostro de un hombre que se sabe
amado: resplandece. Y era yo quién le amaba, aunque ahora no atino a saber
cómo ni por qué.
Hace seis meses que nos hicimos este retrato, apretujados en un
fotomatón de la estaciónde Atocha, cuando llegamos a Madrid. Hace seis días
que empecé a echarle los polvos en la copa. Las mujeres somos buenas
envenenadoras: es un arte final que nos es propio. A los hombres les gusta
matar con grandes exhibiciones de violencia, como si se sirvieran del asesinato
no sólo para librarse de un enemigo, sino también para hacer una demostración
de poderío. Y así, estrangulan, apalean,descoyuntan y degüellan. Sobre todo
aman las navajas, los cuchillos, las hojas afiladas. Los temibles hierros
penetrantes. Si me oyera el psiquiatra diría que estoy obsesionada con los
símbolos fálicos. En realidad era un psiquiatra muy malo. Gratis, de la
Comunidad. Sólo fui un par de veces, cuando empezaron a sucedernos cosas
raras.
Pero decía que los hombres gustan de matar violentando los cuerposdesde fuera, mientras que las mujeres preferimos la destrucción interior, que es
más sutil. Somos especialistas en este tipo de asesinatos y gozamos de una
larga tradición intoxicadora: desde la madrastra de Blancanieves a Lucrecia
Borgia. A fin de cuentas, preparar una pócima letal es muy parecido a preparar
una sopa de gallinas, por ejemplo. Quiero decir que es una cosa de nutrición,
que todo sequeda entre pucheros. El envenenamiento como parte de la
gastronomía.
A mí siempre me gustó cocinar. Y a Diego tirar dardos. En eso, y sólo en
eso, se nos anunciaba de algún modo el destino. Nos conocimos precisamente
así: yo cocinaba en un bar de la playa, en La Carihuela, en Torremolinos, y él
ganó el concurso de dardos del local. Era muy bueno, yo nunca había visto
nada semejante. Era capaza declavar una flecha en el culo de otra. Llevaba
unos dardos especiales, de madera y plumas, en un estuche de cuero
despellejado. Había vivido en Londres durante mucho tiempo, una vida
nocturna de pubs, dianas de corcho y ocupaciones imprecisas y tal vez
inconfesables. A mí me gustaba que fuera así, aventurero, cosmopolita y
enigmático. Tampoco mi vida había sido lo que se dice ejemplar. Soy de lageneración del 68, he rodado mucho y no siempre por los sitios más adecuados.
Viví un par de años en la India, he sido yonqui, me detuvieron una vez en
Heatrow con unos gramos de opio. Cuando encontré a Diego hacía mucho que
estaba limpia, pero el mundo me parecía un lugar bastante triste. Él me dijo: “Te

puedo hacer daño, no te enamores de mí”. Y eso me bastó para quedar prendida.
Tengo cuarentay cuatro años. Diego catorce menos. Pero hace seis meses
apenas si se notaba la diferencia de edad: yo todavía conservaba un buen
aspecto. Lo que siempre me ha fallado ha sido la sensatez, no el físico.
Cuando nos vinimos a Madrid llevábamos un mes viviendo en la gloria.
Nuestra pasión era insaciable: llegamos a la estación de Atocha y nos
instalamos en el hotel Mediodía, justo al otro lado de laplaza, porque cualquier
otro sitio parecía demasiado lejos para nuestra urgencia. Le prendíamos fuego a
la cama varias veces al día. Y no era sólo el sexo: a través de tanta carne yo creía
recuperar mi espíritu. Queríamos querernos y empezar juntos una nueva vida.
A veces se me saltaban las lágrimas y pensaba que era de felicidad. Tenía que
haber aprendido para entonces que llorar siempre es...
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