elultimocaton

Páginas: 731 (182642 palabras) Publicado: 13 de noviembre de 2015
|El último Catón – Matilde ASENSI

El último Catón

Matilde ASENSI

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|El último Catón – Matilde ASENSI

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Las cosas hermosas, las obras de arte, los objetos sagrados, sufren, como
nosotros, los efectos imparables del paso del tiempo. Desde el mismo instante
en que su autor humano, consciente o no de su armonía con el infinito, les pone
punto y final y las entrega al mundo, comienzapara ellas una vida que, a lo
largo de los siglos, las acerca también a la vejez y a la muerte. Sin embargo, ese
tiempo que a nosotros nos marchita y nos destruye, a ellas les confiere una
nueva forma de belleza que la vejez humana no podía siquiera soñar en alcanzar; por nada del mundo hubiera querido ver reconstruido el Coliseo, con todos
sus muros y gradas en perfecto estado, y no hubiera dadonada por un Partenón
pintado de colores chillones o una Victoria de Samotracia con cabeza.
Profundamente absorta en mi trabajo, dejaba fluir de manera involuntaria
estas ideas mientras acariciaba con las yemas de los dedos una de las ásperas
esquinas del pergamino que tenía frente a mí. Estaba tan enfrascada en lo que
hacía, que no escuché los toques que el doctor William Baker, Secretario delArchivo, daba en mi puerta. Tampoco le oí girar la manija y asomarse, pero el caso
es que, cuando me vine a dar cuenta, ya lo tenía en la entrada del laboratorio.
—Doctora Salina —musitó Baker, sin atreverse a franquear el umbral—, el
Reverendo Padre Ramondino me ha rogado que le pida que acuda inmediatamente a su despacho.
Levanté los ojos de los pergaminos y me quité las gafas para observar
mejor alSecretario, que lucía en su cara ovalada la misma perplejidad que yo.
Baker era un norteamericano menudo y fornido, de esos que, por su linaje genético, podían hacerse pasar sin dificultades por europeos del sur, con gruesas
gafas de montura de concha y unos ralos cabellos, entre rubios y grises, que él
peinaba meticulosamente para cubrir el mayor espacio posible de su pelado y
brillante cuerocabelludo.
—Perdone, doctor —repuse, abriendo mucho los ojos—, ¿podría repetirme
lo que ha dicho?
—El Reverendísimo Padre Ramondino quiere verla cuanto antes en su despacho.
—¿El Prefecto quiere verme.., a mí? —no daba crédito al mensaje;
Guglielmo Ramondino, número dos del Archivo Secreto Vaticano, era la máxima
autoridad ejecutiva de la institución después de Su Excelencia Monseñor Oliveira
ypodían contarse con los dedos de una mano las veces en que había reclamado
la presencia en su gabinete de alguno de los que allí trabajábamos.

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Baker esbozó una leve sonrisa y afirmó con la cabeza.
—¿Y sabe usted para qué quiere verme? —le pregunté, acobardada.
—No, doctora Salina, pero, sin duda, debe ser algo muy importante.
Dicho lo cual, y sin quitar lasonrisa de su boca, cerró la puerta con suavidad y desapareció. Para entonces yo ya sufría los efectos de lo que vulgarmente
se denomina terror incontrolable: manos sudorosas, boca seca, taquicardia y
temblor de piernas.
Como pude, me incorporé de la banqueta, apagué la lámpara y eché una
dolorosa mirada a los dos hermosísimos códices bizantinos que descansaban,
abiertos, sobre mi mesa. Habíadedicado los últimos seis meses de mi vida a
reconstruir, con ayuda de aquellos manuscritos, el famoso texto perdido del
Panegyrikon de san Nicéforo y me encontraba a punto de culminar el trabajo.
Suspiré con resignación... A mi alrededor el silencio era total. Mi pequeño
laboratorio —amueblado con una vieja mesa de madera, un par de banquetas de
patas largas, un crucifijo sobre la pared y multitud deestanterías repletas de
libros—, estaba situado cuatro pisos bajo tierra y formaba parte del Hipogeo, la
zona del Archivo Secreto a la que sólo tiene acceso un número muy reducido de
personas, la sección invisible del Vaticano, inexistente para el mundo y para la
historia. Muchos cronistas y estudiosos habrían dado media vida por poder
consultar alguno de los documentos que habían pasado por...
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