Emilia Pardo Bazan - Cuesta Abajo

Páginas: 5 (1185 palabras) Publicado: 22 de octubre de 2012
Cuesta abajo
Emilia Pardo Bazán
A la feria caminaban los dos: él, llevando de la cuerda a la pareja de bueyes rojos; ella, guiando con una varita de vimio, larga y flexible, a cinco rosados lechones. No se conocían: viéronse por primera vez cuando, al detenerse él a resollar y echar una copa en la taberna de la cima de la cuesta, ella le alcanzó y se paró a mirarle. Y si decimos la verdadpura, a quien la zagala miraba no era al zagal, sino al ganado. ¡Vaya un par de bueyes, San Antón los bendiga! A la claridad del sol, que comenzaba a subir por los cielos, el pelaje rubio de los pacíficos animales relucía como el cobre bruñido de la calderilla nueva; de tan gordos, reventaban y el sudor les humedecía el anca robusta. Fatigados por las acometidas de alguna madrugadora mosca, seazotaban los flancos, lentamente, con la cola poblada. La zagala, en un arranque de simpatía, abandonó a sus gorrinos, se llegó a uno de los castaños que sombreaban la carretera, sacó del seno la navajilla y cortó una rama, con la cual azotó los morros de los bueyes mosqueados. El zagal, entre tanto, corría tras un lechón que acababa de huir, asustado por los ladridos del mastín de la taberna. -¿De dóndeeres? -preguntó él, así que logró antecoger al marranito. Antes que el nombre, en la aldea se inquiere la parroquia; luego, los padres. -De Santa Gueda de Marbían. ¿Y tú? -De Las Morlas. -¿Cara a Areal? -Sí, mujer. Soy el hijo del tío Santiago, el cohetero. -Yo soy nieta de la tía Margarida de Leite. -¡Por muchos años! -exclamó el zagal, lleno de cortesía rústica. -¿Cómo te llamas, rapaza?-Margaridiña. -Yo, Esteban. Vas a la feria, mujer? -añadió, aunque comprendía que la pregunta estaba de más. -Por sabido. A vender esta pobreza. Tú sí que llevas cosa guapa, rapaz. ¡Dos bueis! Dios los libre de la mala envidia, amén. El zagal, lisonjeado, acarició el testuz de los animales, murmurando enfáticamente: -Mil y trescientas pesetas han de arrear por ellos los del barco inglés, y si no... pieante pie tornan a casa. ¡Los bueyes del cohetero de Las Morlas!... ¡No se pasean otros mejores mozos por toda la Mariña! -Mira no te den un susto en el camino cuando tornes con el dinero -indicó, solícita, Margarida-. Hay hombres muy pillos. Andan voces de una gavilla. Yo tornaré temprano, antes que se meta la noche. ¡La Virgen nos valga! Esteban contempló un instante a la miedosa. Era una rapazafornida, morena, como el pan de centeno; entre el tono melado de la tez resplandecían los dientes, semejantes a las blancas guijas pulidas y cristalinas que el mar arroja a la playa; los ojos, negros y dulces, maliciosos, reían siempre. -Ende tornando yo contigo, asosiégate -exclamó Esteban, fanfarroneando-. Tengo mi buena navaja y mi buen revólver de seis tiros. Vengan dos, vengan cuatroladrones, vengan, aunque sea un ciento. ¡Soy hombre para ellos! ¡Conmigo no pueden! A su vez, la mocita miró al paladín. Esteban tenía el sombrero echado atrás, las manos, a lo jaque, en la faja, y un pitillo, acabado de encender, caído desgarbadamente sobre la comisura de los labios, bermejos como guindas. Su rostro fino, adamado, sin pelo de barba, contrastaba con sus alardes de valentón. La zagalaacentuó la alegría de sus ojos; el zagal se puso colorado, y para disimular la timidez, dio al cigarro una feroz chupada. Después se encogió de hombros. ¿Qué hacían parados allí? Cruzaba mucha gente en dirección a la feria. Las mejores ventas se realizan temprano... ¡Hala! Y ella antecogió sus marranos, y él atirantó la cuerda y dio aguijada a sus bueyes. Ya no pensó ninguno de los dos en boberíaninguna, sino en su mercado, en su negocio. ¡Hala, hala! Al revolver de la carretera, festoneada de olmos, descubrieron el pueblecito, tendido al borde del río -pintoresco, bañado de luz, con sus tres torres de iglesia descollando sobre el caserío arcaico, irregular-. Ningún efecto les hizo la hermosa vista. Se apresuraron, porque ya debía de estar animándose la feria. Margarida pasaba las del...
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