En la boca del horno
Desnudos, sin otra concesión a la decencia que un blanco mandil, trabajaban cerca de las abiertas rejas, y aun así, su piel inflamada parecía liquidarse con la transpiración, y el sudor caía a gotas sobre la pasta, sin duda para que,cumpliéndose a medias la maldición bíblica, los parroquianos, ya que no con el sudor propio, se comieran el pan empapado en el ajeno.
Cuando se descorría la mampara de hierro que tapaba el homo, las llamas enrojecían las paredes, y, su reflejo, resbalando por los tableros cargados de masa, coloreaba los blancos taparrabos y aquellos pechos atléticos y bíceps de gigante que, espolvoreados de harina ybrillantes de sudor, tenían cierta apariencia de femenil.
Las palas se arrastraban dentro del homo, dejando sobre las ardientes piedras los pedazos de pasta, o sacando los panes cocidos, de rubia corteza, que esparcían un humillo fragante de vida; y, mientras tanto, los cinco panaderos, inclinados sobre las largas mesas, aporreaban la masa, la estrujaban como si fuese un lío de ropa mojada yretorcida y la cortaban en piezas; todo sin levantar la cabeza, hablando con voz entrecortada por la fatiga y entonando canciones lentas y monótonas, que muchas veces quedaban sin terminar.
A lo lejos sonaba la hora cantada por los serenos, rasgando vibrante la bochornosa calma de la noche estival; y los trasnochadores que volvían del café o del teatro deteníanse un instante ante las rejas para ver ensu antro a los panaderos, que, desnudos, y teniendo por fondo la llameante boca del homo, parecían ánimas en pena de un retablo del Purgatorio; pero el calor, el intenso perfume del pan y el vaho de aquellos cuerpos dejaban pronto las rejas libres de curiosos y se restablecía la calma en el obrador.
Era entre los panaderos el de más autoridad Tono el Bizco, un mocetón que tenía fama por su malcarácter e insolencia brutal; y eso que la gente del oficio no se distinguía por buena.
Bebía sin que nunca le temblasen las piernas, ni menos los brazos; antes bien, a éstos les entraba con el calor del vino un furor por aporrear, cual si todo el mundo fuese una masa como la que aporreaba en el homo. En los ventorrillos de las afueras temblaban los parroquianos pacíficos, como si seaproximara una tempestad, cuando le veían llegar de merienda al frente de una cuadrilla de gente del oficio que reía todas sus gracias. Era todo un hombre. Paliza diaria a la mujer; casi todo el jornal en su bolsillo, y los chiquillos descalzos y hambrientos, buscando con ansia las sobras de la cena de aquella cesta que por las noches se llevaba al horno. Aparte de esto, un buen corazón, que se gastaba eldinero con los compañeros para adquirir el derecho de atormentarlos con sus bromas de bruto.
El dueño del horno le trataba con cierto miramiento, como si temiera, y los camaradas de trabajo, pobres diablos cargados de familia, se evitaban compromisos, sufriéndole con sonrisa amistosa.
En el obrador, Tono tenía su víctima: el pobre Menut, un muchacho enclenque que meses antes aún eraaprendiz, y al que los camaradas reprendían por el excesivo afán de trabajo que mostraba, siempre ansiando un aumento de jornal para poder casarse.
¡Pobre Menut! Todos los compañeros, influidos por esa adulación instintiva en los cobardes, celebraban alborozados las bromas que Tono se permitía con él. Al buscar sus ropas, terminado el trabajo, encontrábase en los bolsillos cosas nauseabundas; recibíaen pleno rostro bolas de pasta, y siempre que el mocetón pasaba por detrás de él dejaba caer sobre su encorvado espinazo la poderosa manaza, como si se desplomara medio techo.
El Menut callaba resignado. ¡Ser tan poquita cosa ante los puños de aquel bruto, que le había tomado como un juguete!
Un domingo, por la noche, Tono llegó muy alegre al horno. Había merendado en la playa; sus ojos...
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