En La Diestra De Dios Padre
Tomás Carrasquilla.
Este dizque era un hombre que se llamaba Peralta. Vivía en un pajarote muy grande y
muy viejo, en el propio camino real y afuerita de un pueblo donde vivía el Rey. No era
casado y vivía con una hermana soltera, algo viejona y muy aburrida.
No había en el pueblo quién no conociera a Peralta por sus muchas caridades: él lavaba
los llaguientos; élasistía a los enfermos; él enterraba a los muertos; se quitaba el pan de
la boca y los trapitos del cuerpo para dárselos a los pobres; y por eso era que estaba en
la pura inopia; y a la hermana se la llevaba el diablo con todos los limosneros y leprosos
que Peralta mantenía en la casa. "¿Qué te ganás, hombre de Dios -le decía la hermana-,
con trabajar como un macho, si todo lo que conseguís lo botásjartando y vistiendo a tanto
perezoso y holgazán? Casáte, hombre; casáte pa que tengás hijos a quién mantener".
"Cálle la boca, hermanita, y no diga disparates. Yo no necesito de hijos, ni de mujer ni de
nadie, porque tengo mi prójimo a quién servir. Mi familia son los prójimos". "¡Tus prójimos!
¡Será por tanto que te lo agradecen; será por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más
hilachento ymás infeliz que los limosneros que socorrés! Bien podías comprarte una
muda y comprármela a yo, que harto la necesitamos; o tan siquiera traer comida alguna
vez pa que llenáramos, ya que pasamos tantos hambres. Pero vos no te afanás por lo
tuyo: tenés sangre de gusano".
Esta era siempre la cantaleta de la hermana; pero como si predicara en desierto frío.
Peralta seguía más pior; siemprehilachento y zarrapastroso, y el bolsico lámparo
lámparo; con el fogoncito encendido tal cual vez, la despensa en las puras tablas y una
pobrecía, señor, regada por aquella casa desde el chiquero hasta el corredor de afuera.
Figúrese que no eran tan solamente los Peraltas, sino todos los lisiaos y leprosos, que se
habían apoderao de los cuartos y de los corredores de la casa "convidaos por el sangre
degusano", como decía la hermana.
Una ocasioncita estaba Peralta muy fatigao de las afugias del día, cuando, a tiempo de
largarse un aguacero, arriman dos pelegrinos a los portales de la casa y piden posada:
"Con todo corazón se las doy, buenos señores -les dijo Peralta muy atencioso-; pero lo
van a pasar muy mal, porqu'en esta casa no hay ni un grano de sal ni una tabla de cacao
con qué hacerles unacomidita. Pero prosigan pa dentro, que la buena voluntá es lo que
vale".
Dentraron los pelegrinos; trajo la hermana de Peralta el candil, y pudo desaminarlos a
como quiso. Parecían mismamente el taita y el hijo. El uno era un viejito con los cachetes
muy sumidos, ojitriste él, de barbitas rucias y cabecipelón. El otro era muchachón, muy
buen mozo, medio mono, algo zarco y con una mata de pelo encachumbos que le caían
hasta media espalda. Le lucía mucho la saya y la capita de pelegrino. Todos dos tenían
sombreritos de caña, y unos bordones muy gruesos, y albarcas. Se sentaron en una
banca, muy cansaos, y se pusieron a hablar una jerigonza tan bonita, que los Peraltas, sin
entender jota, no se cansaban di oirla. No sabían por qué sería, pero bien veían que el
viejo respetaba más al muchachoque el muchacho al viejo; ni por qué sentían una alegría
muy sabrosa por dentro; ni mucho menos de dónde salía un olor que trascendía toda la
casa: aquello parecía de flores de naranjo, de albahaca y de romero de Castilla; parecía
de incensio y del sahumerio de alhucema que le echan a la ropita de los niños; era un olor
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que los Peraltas no habían sentido ni en el monte, ni en las jardineras, nien el santo
templo de Dios.
Manque estaba muy embelesao, le dijo Peralta a la hermana: "Hija, date una asomaíta por
la despensa; desculcá por la cocina, a ver si encontrás alguito que darles a estos señores.
Mirálos qué cansaos están; se les ve la fatiga". La hermana, sin saberse cómo, salió muy
cambiada de genio y se fué derechito a la cocina. No halló más que media arepa tiesa y
requemada,...
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