En la estera de Makaloa

Páginas: 11 (2558 palabras) Publicado: 13 de junio de 2013
A diferencia de las mujeres de otras tierras calientes, las de Hawai envejecen digna y noblemente. Sin el engaño de los afeites ni el ocultamiento astuto de los efectos del tiempo, la que se hallaba sentada bajo el árbol de hau habría parecido a los ojos de un entendido en la materia, oriundo de cualquier tierra menos de aquella isla, una mujer de, a lo más, cin­cuenta años. Y, sin embargo, sushijos, sus nietos, y Roscoe Scandwell, su esposo hacía más de cuarenta años, sabían que tenía sesenta y cuatro cumplidos y cumpliría los sesenta y cinco el próximo 22 de junio. Pero no aparentaba su edad, a pesar de los lentes que se colocaba sobre la nariz para leer una revista y se quitaba cuando quería dirigir la mirada a la media docena de chiquillos que jugaban sobre el césped.

Era aquéllauna noble estampa, noble como el añoso ár­bol de hau del tamaño de una casa bajo el que estaba sentada como al abrigo de un techo, tan espaciosa y confortable era la sombra que proporcionaba, noble como la pradera de es­peso césped, valorado en doscientos dólares el pie cuadrado, que se extendía hacia tierra adentro hasta un edificio igual­mente digno, noble y caro. En dirección opuesta, asomandoentre las ramas de una guirnalda de cocoteros de cien pies de altura, brillaba el océano, que de azul se convertía en índigo conforme avanzaba hacia el horizonte y, dentro del arrecife, adquiría las tonalidades sedosas de la gama del jade, la tur­malina y elverde.

Era aquélla una de las seis casas que pertenecían a Martha Scandwell. La de la ciudad, situada a pocas millas de allí, en laavenida Nuanu, de Honolulú, entre la primera y la segun­da cascadas, era un auténtico palacio. Ejércitos de invitados habían conocido el confort y la alegría de la mansión de Tan­talus, de la quinta que poseía junto al volcán, de su mauka (casa de tierra adentro) y de su makai (casa junto al mar), to­das ellas en la isla de Hawài. Pero esta residencia de Waikiki no les quedaba a la zaga en cuanto abelleza, dignidad y lujo.

Dos jardineros japoneses recortaban los hibiscos mien­tras un tercero retocaba con mano experta el seto de pitaha­yas que pronto desplegaría su misterioso florecer nocturno. Un camarero, también japonés, enfundado en un elegante traje de dril blanco, se acercaba desde la casa cargado con el servicio de té seguido por una doncella de su mismo origen, linda como unamariposa con la gracia que le proporciona­ba el atuendo típico de su raza y como la mariposa vibrante en su afán de atender a la señora. Otra doncella, también ja­ponesa, cruzaba la pradera con una brazada de toallas de gruesa felpa en dirección a las cabinas de donde empezaban a salir los niños vestidos con sus trajes de baño. Más lejos, al borde del agua y bajo los cocoteros, dos niñeras chinas con suingenuo atavío de yeeshon blanco y pantalón de corte rec­to, trenzado el cabello a la espalda, atendían a un niño en su cochecillo.

Todos ellos ––criados, niñeras y niños–– pertenecían a Martha Scandwell. Exacto era el color de la piel de sus seis nietos, ese tono inconfundiblemente hawaiano producto de la continua exposición al fuerte sol de las islas. Eran un oc­tavo y un dieciseisavohawaianos, es decir, que siete octavos o quince dieciseisavos de sangre blanca informaban su piel sin borrar por completo el bronce dorado de la Polinesia. Pero también en este caso, sólo un observador experto ha­bría logrado adivinar que aquellos chiquillos no eran total­mente blancos. Tanto su abuelo como su abuela eran de cas­ta. Roscoe descendía directamente de puritanos de Nueva Inglaterra,mientras que Martha procedía, de forma no me­nos directa, de aquellos reyes de Hawai cuyas genealogías se cantaban mil años antes de que llegase a aquellas islas la len­gua escrita.

En la distancia se detuvo un vehículo del que bajó una mujer que aparentaba como máximo unos sesenta años y que atravesó la pradera con la agilidad de una hembra de cuarenta bien llevados cuando en realidad contaba...
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