En las calles altas de san blas
“EN LAS CALLES ALTAS DE SAN BLAS”
Primero fuimos en la moto a Cundinamarca con Moore a buscar la grúa. En distintas ocasiones las había visto estacionadas frente a sucios locales que anunciaban el servicio en carteles pálidos, casi inadvertidos, cundo pasaba con papá en el taxi hacia el taller de don Gonzalo o el de Caliche.Contratamos por treinta mil pesos con el primer conductor que vimos parado junto a su máquina. Era un Willix tan ruinoso y lerdo como su propietario. Le di la dirección y él asintió dándome a entender que sabía cómo llegar. Se trataba de un hombre sexagenario, parsimonioso en sus movimientos, de barriga prominente y brazos fornidos. Llevaba una vaina gris enfundada casi hasta los ojos y seveía motilado al rape desde la parte alta de la nuca.
A eso de las ocho y cinco a.m. iniciamos la marcha y milagrosamente estuvimos en la Estación de Policía San Blas a las ocho y treinta. Yo venía al lado del conductor mientras que Alex nos seguía en la moto. De vez en cuando volteaba a mirar y lo veía avanzar a cinco metros de nosotros con el rostro desencajado, los ojos embebidos fijos enla parte alta de la carretera. Subimos por Moore hasta la calle San Germán y luego desembocamos en Palos Verdes. Cuando el calmoso conductor cambió a la primera velocidad para empezar a subir la vía a Santo Domingo, escuchamos el pito insistente de la moto a unos treinta metros. El hombre detuvo la máquina y descubrimos que la moto traía pinchada la llanta trasera. Por algo de fortuna,estábamos cerca al montallantas de una estación de gasolina, aunque notamos también que otros vehículos esperaban a ser atendidos y que el desvare tal vez tardaría un poco. Alex resignó: propuso que siguiéramos adelante mientras que él esperaba; que ya preguntaría cómo llegar a la Estación San Blas. En eso se parece a papá: en el arrojo y la autodeterminación ante eventos adversos.
Llegados allugar, un uniformado nos pidió que aguardáramos. Los hechos habían ocurrido en un sector alto de la zona y en breve se dispondría un grupo de agentes para conducirnos al sitio. En realidad, los agentes se encontraban en dicho sector y mientras los contactaban por radio, el conductor y yo debimos esperar cerca de quince dilatados minutos a que bajaran por nosotros. Al cabo, salimos de nuevo a lavía Santo Domingo detrás de los agentes motorizados y cinco minutos después la asmática grúa dejaba otra vez la carretera y empezaba a trepar un extramuro sinuoso y estrecho, una calle semiasfaltada en donde apenas dos carros pequeños podrían darse vía en el caso de encontrarse de frente. Aún no aparecía Alex. El viejo conductor puso la doble transmisión a su vehículo, empezó a protestar, ahacerme caer en la cuenta de que era poco el dinero que habíamos acordado y que yo había hablado sólo de la estación de policía. Cada vez que la empinada calle torcía a un lado o al otro, los agentes se paraban en una esquina a esperar entre impacientes y divertidos a que el recalentado cacharro les diera alcance. Después de casi diez minutos infinitos de penoso ascenso, alcancé a ver la capota deltaxi detrás de una nueva elevación de la calle. A medida que nos acercábamos, trataba de enfocar exactamente el lugar donde estaría papá. Cuando al fin la destartalada grúa llegó a un breve rellano, a menos de diez metros del taxi, volteé a mirar por última vez hacia atrás con la esperanza de ver aparecer la moto de mi hermano. Llegué a creer que no había dado siquiera con la estación de policíay que me iba a tocar enfrentar aquello a mí solo.
Descendí de la grúa con la angustia creciéndome en las entrañas como un cáncer desmesurado y me encaminé con pasos instintivos hacia el taxi que estaba orillado al lado de un barranco tupido de hierba alta y arbustos de mediano tamaño. Toda la parte delantera izquierda se encontraba destrozada: el bomper arrancado y roto en tres...
Regístrate para leer el documento completo.