en las montañas

Páginas: 8 (1872 palabras) Publicado: 10 de abril de 2013
En las montañas

Los dos viajeros bebían el último vaso de vino, de pie al lado de la hoguera. La brisa fría de la mañana hacía temblar ligeramente las alas de sus anchos sombreros de fieltro. El fuego palidecía ya bajo la luz indecisa y blanquecina de la aurora; se esclarecían vagamente los extremos del ancho patio, y se trazaban sobre las sombras del fondo las pesadas columnas de barro quesostenían el techo de paja y cañas.
Atados a una argolla de hierro fija en una de las columnas, dos caballos completamente enjaezados, esperaban, con l
a cabeza baja, masticando con dificultad largas briznas de yerba. AL lado del muro, un indio joven, en cuclillas, con una bolsa llena de maíz en una mano, hacía saltar con la otra hasta su boca los granos amarillos.
Cuando los viajeros sedisponían a partir, otros dos indios se presentaron en el enorme portón rústico. Levantaron una de las gruesas vigas que incrustadas en los muros cerraban el paso y penetraron en el vasto patio. Sil aspecto era humilde y miserable, y más miserable y humilde lo tornaban las chaquetas desganadas, las burdas camisas abiertas sobre el pecho, las cintas de cuero, llenas de nudos, de las sandalias, lasmonteras informes, debajo de las cuales caían, cubriendo las orejas y uniéndose bajo la barba, los extremos de los dudosos gorros de lana gris. Se aproximaron lentamente a los viajeros, que saltaban ya sobre sus caballos, mientras el guía indio ajustaba a su cintura la bolsa de maíz y anudaba fuertemente en torno de sus piernas los lazos de sus sandalias.
Los viajeros eran jóvenes aún; alto el uno, muyblanco, de mirada fría y dura; el otro, pequeño,
moreno, de aspecto alegre.
—Señor... murmuró uno de los indios. El viajero blanco se volvió a él.
—Hola; ¿qué hay, Tomás?
Señor... déjame mi caballo...
—¡Otra vez, imbécil! ¿Quieres que yo viaje a pie? Te he dado en cambio el mío, ya es bastante.
Pero tu caballo está muerto.
—Sin duda, está muerto; pero es porque lo he hecho correr quince horasseguidas. ¡Ha sido un gran caballo! El tuyo no vale nada; míralo hace gestos con los huesos de las costillas y de las ancas. ¿Crees tú que soportará muchas horas?
— Yo vendí mis llamas para comprar ese caballo para la fiesta de San Juan... Además, señor, tú
has quemado mi choza.
—Cierto, porque viniste a incomodarme con tus lloriqueos. Yo te arrojé un tizón a la cabeza para que te marcharas y túdesviaste la cara y el tizón fue a caer en un montón de paja. No tengo la culpa. Debiste recibir con respeto mi tizón. Y ¿tú qué quieres, Pedro? preguntó dirigiéndose al otro indio.
—Vengo a suplicarte, señor, que no me quites mis tierras. Son mías. Yo las he sembrado.
—Este es asunto tuyo, Córdoba, dijo el caballero, dirigiéndose a su acompañante.
—No, por cierto; éste no es asunto mío. Yo hehecho lo que me encomendaron. Tú, Pedro Quispe, no eres dueño de esas tierras. ¿Dónde están tus títulos? Es decir, ¿dónde están tus papeles?
—Yo no tengo papeles, señor. Mi padre tampoco tenía papeles, y el padre de mi padre no los
conocía. Y nadie ha querido quitarnos las tierras. Tú quieres darlas a otro. Yo no te he hecho
ningún mal.
— ¿Tienes guardada en alguna parte una bolsa de monedas?Dame la bolsa y te dejo las tierras.
—Yo no tengo monedas ni podría juntar tanto dinero.
—Entonces, no hay nada más que hablar. Déjame en paz.
—Págame, pues, lo que me debes.
—¡Pero no vamos a concluir nunca ¿Me crees bastante idiota para pagarte una oveja y algunas
gallinas que me has dado? ¿Imaginaste que íbamos a morir de hambre?
El viajero blanco, que empezaba a impacientarse, exclamó:
—Siseguimos escuchando a estos dos imbéciles nos quedamos aquí eternamente...
La cima de la montaña, en el flanco de la cual se apoyaba el amplio y rústico albergue, comenzaba a brillar herida por los primeros rayos del sol. La estrecha hondonada se iluminaba lentamente y la desolada aridez del paisaje, limitado de cerca por las sierras negruzcas, se destacaba bajo el azul del cielo cortado a...
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