En mi divan rojo
Cruel ironía el hecho de tener que hablar sobre el verano cuando apenas puedo ordenar a mis dedos teclear por su falta de riego sanguíneo. Aquí en las antípodas las leyes de lanaturaleza rigen de diferente manera. Lo sabe muy bien ella, no hace falta más que escucharla toser al amanecer cuando la escarcha cubre su rostro y paraliza su corazón. Lo sé muy bien yo, que intento aduras penas mantener templadas las manos frotándolas sin descanso al caer la noche para, con sumo tacto, acariciar su mejilla al despertar susurrándole las reconfortantes palabras de Machado. Sin suayuda vagaría errante por el asfalto, ella lo sabe y decidida expira los últimos alientos de su vejez. Sin rechistar. Sin pedir nada a cambio. Abrigándome con el ardor de una madre al acunar a suretoño.
Al preguntarnos cuál ha sido el viaje de nuestra vida muchos son los recuerdos que se arremolinan en nuestra cabeza formando un caos al que ningún semáforo es capaz de poner orden. Rememoramosaquella puesta de sol que vimos morir con nuestro primer amor abrazados sobre la arena, sonreímos melancólicamente al viajar en el tiempo cuando el significado de la amistad cobraba mayor protagonismo enuna escapada al sur, incluso somos incapaces de no soltar una carcajada cuando el gran Tamariz afinaba su violín al este de Europa. Sin embargo, si alguien me formulara la pregunta ahora mismo, todasesas vivencias quedarían relegadas a un segundo plano.
Puedo afirmar que ésta está siendo la experiencia de mi vida, no hará falta echar mano de fotografías en el futuro para desenterrarla del baúlde los recuerdos. El destino geográfico será lo de menos, ni tan siquiera le daré importancia al enigma que me planteé en su día sobre cómo ser un kiwi y no morir en el intento.
A la interrogante queme formulan los allegados sobre el hecho de viajar sólo, de si estoy triste por ello, puedo apostar por dos posturas: la cordial (“bienqueda” si me permitís la expresión) y la sincera, la que...
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