EN UN RINCON DEL ALMA

Páginas: 114 (28273 palabras) Publicado: 25 de abril de 2013
Todos ocultamos pedazo de nosotros mismos: instantes imprecisos de nuestra vida. Esos jirones están preñados de añoranzas, de deseos
incumplidos, de amores imposibles o frustrados, de silencios necesarios, de mentiras piadosas. Llenos de la impotencia que, a veces, produce
la vida. Esas pequeñas cosas que no solemos compartir con nadie, son las que nos hacen ser quienes somos, las que nosconvierten en seres
únicos e irrepetibles. Son las que guardamos en un rincón del alma.
En esta novela, carente de sinopsis, el lector encontrará una historia real y conmovedora. Una historia que, como apunta su creadora, deber
ser leída como si la protagonista saliera del presidio de sus páginas, e irrumpiera en nuestra vida del mismo modo en que lo hace una
persona que nos acaban de presentar,con la que intimaremos poco a poco, día tras día. En este caso, página tras página. Todo ello bajo la
sombra de un paraguas rojo.

Una novela estremecedora en la que el destino, el amor y la muerte marcan a sus protagonistas. Clara Tahoces
Una prosa convincente y cautivadora ilumina esta obra excepcional de Antonia J Corrales. Una historia conmovedora que no dejará a nadie
indiferente. MiguelRuiz Montañez

Antonia J. Corrales
En un rincón del alma

ePUB v1.0
Polifemo7 17.03.12

Mientras él estiraba sus brazos intentando en cada luna rozar el cielo, a mí las estrellas fugaces dejaron de concederme deseos.

A mi suegro, donde quiera que esté. Sé que él me habría dado un paraguas rojo para cobijarme, para cobijarnos.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata lerequiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Elegía a Ramón Sijé
Miguel Hernández (Orihuela, Alicante, España. 1910-1942)

PRÓLOGO
Felipa, a pesar de su ancianidad, tenía una belleza serena, aunque su carácter, huidizo y desarraigado, le daba a su faz un toque de frialdad marmórea. Aquella
mañana arrastraba su cuerpo delgado, casi famélico, por lasbaldosas húmedas, vetustas y desiguales que conducían al establo. Caminaba en silencio, cabizbaja y
renqueante, ensimismada en el sentido de las palabras que, haciendo un gran esfuerzo ocular, había conseguido leer. De vez en cuando se paraba y, tomando el
escapulario que colgaba de su cuello, susurraba una especie de plegaria.
Su vedeja, de un color ceniciento, se mecía en el aire, en la frialdaddel albor. El cántaro de latón parecía querer escapar del balanceo enfermizo de su añosa mano.
Él, aún gozaba de lozanía. Su mocedad había sido mantenida por aquella anciana a la que la vida se le escapaba. Por ello, aquella alcuza que había llevado la leche
recién ordeñada de la mejor vaca del establo durante años, aquella mañana, parecía negarse a acompañarla. Era como si dentro de ellahubiese raciocinio. Como si
tuviese la certeza de que aquella aurora sería la última en la que la luz del sol haría brillar su cuerpo de metal.
Felipa miró el campo cubierto de rocío y suspiró. Con la cabeza gacha retiró la tranca y entró en el cabañal. El olor del heno y la alfalfa atenuaba el hedor de los
excrementos. El ganado, que ahora estaba compuesto por cinco cabezas, no se asemejaba en nadaa la vacada que, tiempo atrás, constituyó la fuente de ingresos de su
numerosa familia.
«¡Cómo he podido dejar que suceda! —Murmuró, al tiempo que tomaba asiento en el viejo taburete y procedía a ordeñar una de las reses—. ¡Cómo he podido
estar tan ciega! Llamaré a Carlota. Ella me leerá el resto del manuscrito. Cuando Jimena regrese hablaremos. Sí, hablaremos sin tiempo de por medio. No puedomorirme sin pedirle perdón. No puedo hacerlo…»
El cántaro se precipitó contra el suelo y la leche recién ordeñada cubrió el piso empajado. Felipa desvaneció, precipitándose con una lentitud mortuoria contra el
suelo.
En la casa, las ascuas del brasero calentaban con suavidad las faldas de la mesa camilla. La lente de aumento reposaba sobre el hule. Dentro de un paquete había
un centenar de...
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