En un rincón del alma pdf

Páginas: 116 (28902 palabras) Publicado: 22 de abril de 2013
Todos ocultamos pedazo de nosotros mismos:
instantes imprecisos de nuestra vida. Esos jirones
están preñados de añoranzas, de deseos incumplidos,
de amores imposibles o frustrados, de silencios
necesarios, de mentiras piadosas. Llenos de la
impotencia que, a veces, produce la vida. Esas
pequeñas cosas que no solemos compartir con nadie,
son las que nos hacen ser quienes somos, las que nosconvierten en seres únicos e irrepetibles. Son las que
guardamos en un rincón del alma.
En esta novela, carente de sinopsis, el lector
encontrará una historia real y conmovedora. Una
historia que, como apunta su creadora, deber ser leída
como si la protagonista saliera del presidio de sus
páginas, e irrumpiera en nuestra vida del mismo modo
en que lo hace una persona que nos acaban depresentar, con la que intimaremos poco a poco, día
tras día. En este caso, página tras página. Todo ello
bajo la sombra de un paraguas rojo.
Una novela estremecedora en la que el destino, el
amor y la muerte marcan a sus protagonistas. Clara
Tahoces
Una prosa convincente y cautivadora ilumina esta obra
excepcional de Antonia J Corrales. Una historia
conmovedora que no dejará a nadieindiferente.
Miguel Ruiz Montañez

Miguel Ruiz Montañez

Antonia J. Corrales

En un rincón del alma
ePUB v1.2
Polifemo7 17.03.12

Mientras él estiraba sus brazos intentando en cada luna
rozar el cielo, a mí las estrellas fugaces dejaron de
concederme deseos.

A mi suegro, donde quiera que esté. Sé que él me
habría dado un paraguas rojo para cobijarme, para
cobijarnos.

A las aladasalmas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Elegía a Ramón Sijé
Miguel Hernández (Orihuela, Alicante, España. 1910-

1942)

PRÓLOGO
Felipa, a pesar de su ancianidad, tenía una belleza serena,
aunque su carácter, huidizo y desarraigado, le daba a su faz un
toque de frialdad marmórea. Aquella mañanaarrastraba su
cuerpo delgado, casi famélico, por las baldosas húmedas,
vetustas y desiguales que conducían al establo. Caminaba en
silencio, cabizbaja y renqueante, ensimismada en el sentido de
las palabras que, haciendo un gran esfuerzo ocular, había
conseguido leer. De vez en cuando se paraba y, tomando el
escapulario que colgaba de su cuello, susurraba una especie de
plegaria.
Su vedeja, de uncolor ceniciento, se mecía en el aire, en la
frialdad del albor. El cántaro de latón parecía querer escapar del
balanceo enfermizo de su añosa mano. Él, aún gozaba de
lozanía. Su mocedad había sido mantenida por aquella anciana a
la que la vida se le escapaba. Por ello, aquella alcuza que había
llevado la leche recién ordeñada de la mejor vaca del establo
durante años, aquella mañana,parecía negarse a acompañarla.
Era como si dentro de ella hubiese raciocinio. Como si tuviese la

Era como si dentro de ella hubiese raciocinio. Como si tuviese la
certeza de que aquella aurora sería la última en la que la luz del
sol haría brillar su cuerpo de metal.
Felipa miró el campo cubierto de rocío y suspiró. Con la
cabeza gacha retiró la tranca y entró en el cabañal. El olor del
heno yla alfalfa atenuaba el hedor de los excrementos. El
ganado, que ahora estaba compuesto por cinco cabezas, no se
asemejaba en nada a la vacada que, tiempo atrás, constituyó la
fuente de ingresos de su numerosa familia.
«¡Cómo he podido dejar que suceda! —Murmuró, al
tiempo que tomaba asiento en el viejo taburete y procedía a
ordeñar una de las reses—. ¡Cómo he podido estar tan ciega!
Llamaréa Carlota. Ella me leerá el resto del manuscrito. Cuando
Jimena regrese hablaremos. Sí, hablaremos sin tiempo de por
medio. No puedo morirme sin pedirle perdón. No puedo
hacerlo…»
El cántaro se precipitó contra el suelo y la leche recién
ordeñada cubrió el piso empajado. Felipa desvaneció,
precipitándose con una lentitud mortuoria contra el suelo.
En la casa, las ascuas del brasero...
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