enfermedad y cura
No obstante, había una idea que me horadaba como una barrena durante aquellas sesiones con
Kronski. Era la de que todo el mundo, por ido que estuviera, podía ser salvado. Si, si uno
dispusiese de tiempo y paciencia infinitos, se podía conseguir. Empecé a comprender que el
arte de curar no era en absoluto lo que la gente se figuraba, que era algo muy sencillo,
demasiado sencillo, de hecho, como para que la mente corriente lo entendiera.
Por expresarlo del modo sencillo como se me ocurrió, yo diría que es así: todo el mundo se
convierte en curador en el momento en que se olvida de sí mismo. La enfermedad que vemos
por todas partes, la amargura y el hastío que la vida inspira en tantos de nosotros, sólo es el
reflejo de la enfermedad que llevamos dentro de nosotros.La profilaxis nunca nos protegerá
contra la enfermedad del mundo, porque llevamos el mundo dentro. Por maravillosos que
lleguen a ser los seres humanos, la suma total producirá un mundo exterior doloroso e
imperfecto. Mientras vivamos cohibidos, siempre fracasaremos a la hora de habérnoslas con el
mundo. No es necesario morir para encontrarse cara a cara con la realidad. La realidad está
aquí y ahora, en todas partes, brillando a través de cualquier reflejo que llega al ojo. Las
prisiones y los manicomios se vacían cuando un peligro mayor amenaza a la comunidad.
Cuando se acerca el enemigo, se vuelve a convocar al exiliado político para que participe en la
defensa de su país. En la última trinchera comienza a entrarnos en nuestras obtusas cabezas
que todos somos parte integrante de la misma carne. Cuando nuestras propias vidas están
amenazadas, empezamos a vivir. Hasta el inválido psíquico arroja sus muletas, en semejantes momentos. Para él la mayor alegría consiste en comprender que hay algo más importante que
él. Toda su vida ha girado en torno a la imagen de su propio yo. Hizo el fuego con sus propias
manos. Gotea en sus propios jugos. Se convierte así mismo en un bocado tierno para los
demonios que ha liberado con sus propias manos. Esa es la imagen de la vida humana en este
planeta llamado tierra. Todo el mundo es neurótico, hasta los últimos hombre y mujer. El
curador, o el analista, si preferís, no es sino un superneurótico. Nos ha hechizado. Para
curarnos, debemos levantarnos de nuestras tumbas y tirar las mortajas de los muertos. Nadie
puede hacerlos por otro: es un asunto privado que como mejor se hace es colectivamente.
Debemos morir como yoes y renacer en el enjambre, no separados y autohipnotizados, sino
individuales y relacionados.
Por lo que se refiere a la salvación y a todo eso... Los más grandes maestros, los curadores
auténticos, diría yo, siempre han insistido en que sólo pueden señalar el camino. Buda llegó hasta el extremo de decir:
Los grandes no abren oficinas, ni cobran honorarios, ni pronuncian conferencias, ni escriben
libros. La sabiduría es muda, y la propaganda más eficaz en favor de la verdad es la fuerza del
ejemplo personal. Los grandes atraen a discípulos, figuras inferiores cuya misión es predicar y
enseñar. Esos son los evangelistas que, incapacitados para la tarea más alta, pasan la vida
convirtiendo a otros.Los grandes son indiferentes, en el sentido más profundo. No te piden que
creas; te electrizan con su conducta. Son los concienciadores. Lo que hagas con tu vida sólo te
concierne a ti, parecen decir. En resumen, su único objetivo aquí en la tierra es inspirar. ¿Y qué ...
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