enfermera
Empieza a leer... El manuscrito de piedra
Prólogo
(Salamanca, 20 de septiembre de 1497)
Aún no había amanecido, cuando fray Tomás de
Santo Domingo se levantó del lecho en su celda del convento de San Esteban. Había pasado una mala noche, llena de pesadillas y sobresaltos que apenas le habían dejado
dormir. Pero no era el cansancio lo que en ese momento
lepreocupaba, sino un profundo malestar, una aguda zozobra que lo llenaba de inquietud. Fray Tomás era catedrático de Prima de teología en el Estudio General salmantino.
Había sucedido en la cátedra al obispo de la ciudad, Diego
de Deza, dominico y teólogo como él, y la había convertido en uno de los principales baluartes de la Iglesia en Salamanca. Para este fraile de pequeña estatura, abdomenabultado, cara rugosa y redonda como una hogaza y manos pequeñas y femeninas, la cátedra era un púlpito desde
el que defender con la elocuencia de su verbo la verdadera
doctrina y clamar justicia contra los herejes, las brujas y
los conversos judaizantes o rejudaizantes, como él los llamaba. Nada más subir a ella, se transformaba, como por
milagro o arte de encantamiento, en un feroz defensor
dela fe católica, en un guerrero provisto de un arsenal de
palabras que lanzaba desde las almenas como si fueran venablos. Demasiado rígido e intransigente para unos, arrebatador y brillante para otros, sus lecciones no dejaban a
nadie indiferente dentro de la Universidad. Ya hubiera
nieve en las calles embarradas o soplara el temible cierzo
de marzo, a sus clases, en el aula general deteología, solía
acudir un gran número de estudiantes, siempre deseosos
de escucharlo. Mientras unos lo vitoreaban y ensalzaban
en voz alta, otros lo denigraban y criticaban entre dientes.
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Y no eran pocos los que, al escucharlo, se extasiaban o, por
el contrario, se escandalizaban. En más de una ocasión, las
diatribas que sus palabras provocaban entre los asistentes
habían terminado enreyerta o en un conato de linchamiento. Nadie que no lo conociera podía imaginarse, al
verlo fuera de la cátedra, que ese hombrecillo rechoncho
como un tonel y feo y desagradable como un sapo pudiera despertar semejante entusiasmo y originar tales tormentas. Era tanta la fama que había adquirido con sus lecciones que el Tribunal de la Inquisición de Valladolid lo
había nombrado consultor del SantoOficio.
Durante largo rato, fray Tomás estuvo paseando,
pesaroso, por el claustro del convento, sumido en intrincadas meditaciones. En su interior, había algo que lo torturaba, algo en lo que ni él mismo se atrevía a hurgar. No
podía estar quieto. Su alma estaba a merced del miedo y la
congoja, y cualquier cosa le parecía un mal presagio. De
repente, sintió deseos de orinar. Salió al huertopor una
pequeña puerta que había en uno de los rincones del claustro. No tenía ganas de ir hasta las letrinas, que estaban al
otro lado, junto a la tapia que daba al arroyo de Santo Domingo, al que iban a parar todas las aguas inmundas; así
que decidió hacerlo sobre uno de los planteles de fray Antonio de Zamora, el herbolario de San Esteban. En él, éste
había ido cultivando con esmero yentusiasmo las semillas
que Cristóbal Colón había enviado al convento a la vuelta de sus dos primeros viajes a las Indias, como humilde
señal de agradecimiento por el apoyo recibido en su día,
por parte de los dominicos, para llevar a cabo sus aventurados proyectos. Se decía que había sido precisamente
Diego de Deza, antiguo prior de San Esteban, el que, tras
varias reuniones con el navegante,celebradas en la Sala de
Profundis del convento y en la finca de Valcuevo, una
propiedad que los frailes predicadores tenían a unas dos
leguas de la ciudad, había convencido a los Reyes Católicos para que financiaran el viaje.
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Fray Tomás despreciaba al hermano herbolario.
No podía entender cómo un dominico dedicaba todo su
esfuerzo al cultivo y conocimiento de las plantas, en lugar...
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