Ensayo lovecraft
H. P. LOVECRAFT
AIRE FRÍO
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asocia
inextricablemente con la oscuridad, el silencio y la soledad.
Yo me di de bruces con él en plena tarde, en pleno ajetreo de
la gran urbe y en medio del bullicio propio de una
destartalada y modesta pensión, en compañía de una prosaica
patrona y dos fornidos hombrs. En la primavera de 1923había conseguido un trabajo bastante monótono y mal
remunerado en una revista de la ciudad de Nueva York; y
viéndome imposibilitado de pagar un sustancioso alquiler,
empecé a mudarme de una pensión barata a otra en busca de
una habitación que reuniera las cualidades de una cierta
limpieza, un mobiliario que pudiera pasar y un precio lo más
razonable posible. Prontocomprobé que no quedaba más
remedio que elegir entre soluciones malas, pero tras algún
tiempo recalé en una casa situada en la calle Catorce Oeste
que me desagradó bastante menos que las otras en que me
había alojado hasta entonces.
El lugar en cuestión era una mansión de piedra rojiza de
cuatro pisos, que debía datar de finales de la década de 1840,
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me
importunaba con habladurías ni se quejaba cuando dejaba
encendida la luz hasta altas horas en el vestíbulo de mi tercer
piso; y mis compañeros de pensión eran tan pacíficos y poco
comunicativos como desearía, tipos toscos, españoles en su
mayoría, apenas con el menor grado de educación. Sólo el
estrépito de loscoches que circulaban por la calle constituía
una auténtica molestia.
Llevaría allí unas tres semanas cuando se produjo el primer
extraño incidente. Una noche, a eso de las ocho, oí como si
cayeran gotas en el suelo y de repente advertí que llevaba un
rato respirando el acre olor característico del amoníaco. Tras
echar una mirada a mi alrededor, vi que el techo estaba
húmedo ygoteaba; la humedad procedía, al parecer, de un
ángulo de la fachada que daba a la calle. Deseoso de cortarla
en su origen, me dirigí apresuradamente a la planta baja para
decírselo a la patrona, quien me aseguró que el problema se
solucionaría de inmediato.
- El doctor Muñoz - dijo en voz alta mientras corría escaleras
arriba delante de mí -, ha debido derramar algún productoquímico. Está demasiado enfermo para cuidar de sí mismo -
cada día que pasa está más enfermo -, pero no quiere que
nadie le atienda. Tiene una enfermedad muy extraña. Todo el
día se lo pasa tomando baños de un olor la mar de raro y no
puede excitarse ni acalorarse. El mismo se hace la limpieza;
su pequeña habitación está llena de botellas y de máquinas, y
no ejerce de médico. Pero en otrostiempos fue famoso - mi
padre oyó hablar de él en Barcelona -, y no hace mucho le
curó al fontanero un brazo que se había herido en un
accidente. Jamás sale. Todo lo más se le ve de vez en cuando
en la terraza, y mi hijo Esteban le lleva a la habitación la
comida, la ropa limpia, las medicinas y los preparados
químicos. ¡Dios mío, hay que ver la sal de amoníaco quegasta ese hombre para estar siempre fresco!
Mrs. Herrero desapareció por el hueco de la escalera en
dirección al cuarto piso, y yo volví a mi habitación. El
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amoníaco dejó de gotear y, mientras recogía el que se había
vertido y abría la ventana para que entrase aire, oí arriba los
macilentospasos de la patrona. Nunca había oído hablar al
doctor Muñoz, a excepción de ciertos sonidos que parecían
más bien propios de un motor de gasolina. Su andar era
calmo y apenas perceptible. Por unos instantes me inquirí qué
extraña dolencia podía tener aquel hombre, y si su obstinada
negativa a cualquier auxilio proveniente del exterior no sería
sino el resultado de...
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