ensayo sobre la ceguera
Nada, hombre, nada, hoy por ti mañana por mí, Sí,
tiene razón, mañana por ti. Se detuvo el ascensor ysalie
ron al descansillo, Quiere que le ayude a abrir la puer
ta, Gracias, creo que podré hacerlo yo solo. Sacó del
bolsillo unas llaves, las tanteó, unapor una, pasando la
mano por los dientes de sierra, dijo, Ésta debe de ser, y,
palpando la cerradura con la punta de los dedos de la
mano izquierda, intentóabrir la puerta, No es ésta,
Déjeme a mí, a ver, yo le ayudaré. A la tercera tentativa
se abrió la puerta. Entonces el ciego preguntó hacia
dentro, Estásahí. Nadie respondió, y él, Es lo que dije,
no ha venido aún. Con los brazos hacia delante, tan
teando, pasó hacia el corredor, luego se volvió cautelosamente, orientando la cara en la dirección en que pen
saba que estaría el otro, Cómo podré agradecérselo,
dijo, Me he limitado a hacer lo que era mi deber,se
justificó el buen samaritano, no tiene que agradecerme
nada, y añadió, Quiere que le ayude a sentarse, que le
haga compañía hasta que llegue su mujer.Tanto celo
le pareció de repente sospechoso al ciego, evidentemen
te, no iba a meter en casa a un desconocido que, en
definitiva, bien podría estartramando en aquel mismo
momento cómo iba a reducirlo, atarlo y amordazarlo, a
él, un pobre ciego indefenso, para luego arramblar con
todo lo que encontrara devalor. No es necesario, dijo,
no se moleste, ya me las arreglaré, y mientras hablaba,
iba cerrando la puerta lentamente, No es necesario, no
es necesario.
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