Ensayo Taller
Las calles de Ciu-dad Obregón, desier-tas durante los calores diurnos, bul-lían de activi-dad tras la puesta de sol, y algu-nas pare-jas de ancianos saca-ban sil-las a la ban-quetapara ver pasar la vida desde los zaguanes. Tania envidió a esos viejos mat-ri-mo-nios inmunes a la descon-fi-anza y a los celos, que sólo habían venido al mundo a criar hijos sanos y a gozar los plac-eres sim-ples de la exis-ten-cia. Desde la luna de miel hasta las bodas de oro ninguna zozo-bra debe de haber-les quitado el sueño, pensó con-movida. Ella, en cam-bio, tenía que batirse como leona paradefender su pre-caria feli-ci-dad famil-iar, ame-nazada en todo momento por los capri-chos hor-monales de Ramiro. Cuánto le hubiera gus-tado ser un ama de casa anod-ina, con un marido fiel y hog-a-reño, aunque fuera un pobre dia-blo. Pero no, había tenido que enam-orarse de un tri-un-fador mujeriego, de un don Juan engreído y estúpido, inse-guro en el fondo de su propia vir-il-i-dad, que habíalle-gado al adul-te-rio por el camino del narcisismo.
Bajó de la camioneta en la avenida Miguel Alemán con som-brero y lentes oscuros, para hac-erse notar lo menos posi-ble. Sor-pren-dido por su visita a deshoras, el portero de la clínica no tuvo agal-las para cer-rarle el paso, ni Tania se dignó darle ninguna expli-cación. Era la señora esposa del doc-tor Enci-nas, y podía meterse hasta elquiró-fano cuando le viniera en gana. Subió por el ele-vador hasta el ter-cer piso y, con la copia de la llave que se había agen-ci-ado escul-cando los tra-jes de Ramiro, abrió la puerta del con-sul-to-rio 303. Sil-lones de cuero, litografías con paisajes de París y Flo-ren-cia, olor a desin-fec-tante de pino, revis-tas médi-cas despar-ra-madas en la mesa de cen-tro, el título de orto-pe-distagrad-u-ado en Ari-zona State Uni-ver-sity col-gado en la pared del fondo. Ya no estaba en la ante-sala el sofá cama color tabaco, reti-rado de ahí por exi-gen-cia suya, cuando des-cubrió que Ramiro usaba el con-sul-to-rio como leonero, pero de cualquier modo Tania le había cogido tir-ria a ese maldito lugar, donde veía por doquier los odi-a-dos fan-tas-mas de sus rivales. Con seguro paso de detec-tive,atrav-esó la salita de cirugías ambu-la-to-rias, donde había un esqueleto de tamaño nat-ural guardado en una vit-rina, y entró al despa-cho pri-vado de Ramiro, alfom-brado y acoge-dor, con libreros de caoba llenos de grue-sos tomos de med-i-c-ina. Revisó los cajones en busca de evi-den-cias, pero sólo halló fol-letos de pro-pa-ganda far-ma-céu-tica, blocks de rec-etas y vie-jas radi-ografías. Sedetuvo un momento a con-tem-plar las fotos enmar-cadas de sus hijos, que ocu-pa-ban la esquina izquierda del escrito-rio. Pobrecitos, si supieran la clase de canalla que era su padre. Las prue-bas del adul-te-rio debían estar en su com-puta-dora portátil, sí, a Ramiro lo ponían caliente los reca-dos obscenos. Por suerte estaba encen-dida y no tuvo que ano-tar la clave de acceso. Le bastó una...
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