Ensayo

Páginas: 75 (18674 palabras) Publicado: 10 de abril de 2013
El diario secreto de Ana Bolena

Isabel

— ¡Por Dios! —Tronó Isabel—.
¿Es que no vais a concederme ni un día de respiro en este enojoso asunto? Me dais dolor de cabeza.
Los consejeros de la reina apenas podían acordar su paso con las grandes zancadas de aquella mujer de extraordinaria estatura que atravesaba la gran explanada del palacio de White hall en dirección a su caballo.
Su primerconsejero, William Cecil, un hombre serio y formal de mediana edad, se debatía entre la admiración y el abatimiento frente a su nueva y joven reina. Iba vestida con un traje de montar de terciopelo negro y dejaba flotar libremente su larga cabellera rojiza. A sus veinticinco años, Isabel Tudor era menos testaruda que temeraria. Ajena a cuanto tuviera algún parecido con la mesura, poseía un ingenioagudo y un descaro en el hablar impropio de un monarca inglés. Con todo, debía admitir su gran inteligencia. Hablaba seis lenguas con la misma fluidez que la propia y hacía gala de un magnetismo igual al que había irradiado su padre, Enrique VIII, a lo largo de su dilatada y turbulenta vida. Si al menos, se lamentaba Cecil, no hallara tanto deleite en zaherir a los grandes señores que habíaelegido como consejeros…
—Ruego a Su Majestad que reflexione sobre lo tocante al archiduque Carlos —sugirió Cecil, a riesgo de avivar aún más el enojo de la reina—. Además de ser el mejor partido de la cristiandad, dicen de él que, para ser hombre, es gallardo y de buen parecer.
—Y lo que es aún más importante —agregó Isabel con expresión maliciosa—, de buenos muslos y buenas piernas.
—Me han dichoque aunque es algo cargado de hombros no se le nota cuando va a caballo —añadió lord Clinton con la esperanza de ganar algún terreno. Isabel, sin embargo, se detuvo en seco y se volvió de forma tan repentina hacia sus consejeros que éstos chocaron entre sí, como comparsas de una pantomima.
— ¡Pues a mí me han dicho que es un joven monstruo con una enorme cabeza! A fe mía que los partidos que meofrecéis me inclinan bien poco a casarme.

—El príncipe Eric es un…Un mentecato sueco — concluyó Isabel.
—Pero es muy rico, Majestad, y generoso en extremo.
— ¿Y esa ridícula delegación que vino a la corte, todos sonriendo como bobalicones, vestidos de carmesí con esos corazones de terciopelo bordados y atravesados por una flecha? —Isabel puso los ojos en blanco—. ¿Me pedís que me planteecasarme con el rey de Francia, que nos ha robado Calais, el único puerto que nos quedaba en el continente? ¿O con Felipe, el viudo de mi hermana la reina, ese español tan devoto, tan católico? Vamos, caballeros, ¿no se os ocurre otra cosa?
¿Acaso los pretendientes ingleses son más de vuestro agrado?
— ¿Los pretendientes ingleses?
Isabel suavizó su mirada, mientras una sonrisa afloraba en suslabios. Luego giró sobre sí y, con paso más apaciguado, reemprendió la marcha hacia el bello alazán enjaezado con una gualdrapa ribeteada de oro y hacia el alto y apuesto joven que la esperaba con las riendas en la mano. Cecil miró a Robert Dudley, el palafrenero de la reina, con contenida inquietud. Sin duda era Dudley el causante de la sonrisa de la reina y de la cadencia casi lánguida que adoptó parallegar hasta su cabalgadura.
—En efecto —confirmó con voz aterciopelada—, prefiero con mucho a mis pretendientes ingleses.
Cecil escuchó las discretas exclamaciones de disgusto de los consejeros al ver a Robert Dudley. El impúdico cortejo que ese noble arrogante prodigaba a la reina y la aceptación aún más escandalosa con que ella lo recibía, creaba un clima malsano que perjudicaba susposibilidades de llegar a un matrimonio honorable tanto dentro como fuera del país. Dudley, a quien muchos consideraban el amante de la reina, era un hombre casado. Cecil ahuyentó de su mente la idea de que el dudoso comportamiento de Isabel fuera una estrategia para no casarse nunca y mantener a cambio una serie de amantes por todo su reino; o lo que era peor aún, que con él la reina repitiese ciertas...
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