ensayo

Páginas: 168 (41914 palabras) Publicado: 16 de mayo de 2013
LIBROdot.com

Mark Twain
Un yanki en la corte del rey Arturo

Prefacio

Las despiadadas leyes y costumbres que se mencionan en este relato son históricas, y los episodios que se utilizan para ilustrarlas también son históricos. Esto no quiere decir que tales leyes y costumbres existieran en Inglaterra en el si­glo vi, no; sólo quiero decir que, dado que existieron en la civilizacióninglesa y en otras civilizaciones de épocas mu­cho más recientes, se puede concluir sin temor a incurrir en una calumnia que también estaban vigentes en el siglo vi. Hay buenas razones para inferir que, cuando en esos remo­tos tiempos no existía alguna de estas leyes o costumbres, su lugar era ocupado, y de manera muy eficiente, por una mu­cho peor.
La cuestión de la existencia o no existencia delderecho di­vino de los reyes no tiene respuesta en este libro. Resultó ser demasiado dificil. Que el primer gobernante de una nación debe ser una persona de carácter excelso y habilidad extra­ordinaria es manifiesto e indiscutible, que sólo la Deidad podría elegir a ese primer gobernante certera e infalible­mente es también manifiesto e indiscutible, por lo tanto, re­sulta inevitable deducir que,como se pretende, es la Deidad quien hace la elección. Quiero decir, hasta que el autor de este libro encontró los Pompadour y Lady Castlemaine y al­gunos otros gobernantes de este tipo. Era tan difícil incor­porarlos dentro de este argumento, que juzgué preferible abordar otros aspectos en este libro (que debe aparecer este otoño) y luego entrenarme debidamente y resolver los del derecho divino enotro libro. Es algo que debe ser resuelto, por supuesto, y de todas maneras no tenía nada especial que hacer el próximo invierno.

MARK TWAIN

Una breve introducción

Fue en el castillo de Warwick donde me topé con el extra­ño personaje de quien voy a hablar. Me llamó la atención por tres razones: su ingenua simpleza, su asombrosa fami­liaridad con las armaduras antiguas y el sosiego queofrecía su compañía -pues era él quien llevaba toda la conversa­ción-. Como suele ocurrir con las personas modestas, nos quedamos a la cola del grupo que visitaba el lugar, y desde el primer momento me interesaron las cosas que decía. Mientras hablaba, suave, agradable, fluidamente, parecía alejarse imperceptiblemente de nuestro mundo y nuestro tiempo y adentrarse en una era remota y un país olvidado,y de tal manera me fue hechizando con sus palabras que creí encontrarme entre los espectros y las sombras y el pol­vo y el moho de una gris antigüedad, ¡enfrascado en con­versación con una de sus reliquias! Exactamente como ha­blaría yo de mis mejores amigos y de mis peores enemigos, o de los más conocidos entre mis vecinos, me hablaba él de sir Bedivere, sir Bors de Ganis, sir Lanzarote delLago, sir Galahad y todos los otros caballeros famosos de la Mesa Redonda, ¡y qué viejo, qué indescriptiblemente viejo y aja­do y seco y descolorido parecía a medida que seguía hablando! De repente, se volvió hacia mí para decirme con la naturalidad con que uno habla del tiempo o de cualquier otro asunto trivial:
-Ya habrá oído hablar de la transmigración de las almas, ¿pero sabe algo acerca de latransposición de épocas y cuer­pos?
Contesté que no había oído hablar de ello. Prestaba tan poca atención como si en realidad estuviésemos hablando del tiempo, y no se dio cuenta de si le había respondido o no. Sobrevino un instante de silencio, inmediatamente inte­rrumpido por la voz monótona del cicerone del castillo:
-Coraza antigua, del siglo vi, época del rey Arturo y la Mesa Redonda; se diceque perteneció al caballero Sagramor el Deseoso; obsérvese el agujero circular que atraviesa la cota de malla en la parte izquierda del pecho; resulta inexpli­cable; se presume que puede haber sido causada por una bala después de la aparición de las armas de fuego, quizá in­tencionadamente por soldados de Cromwell.
Mi acompañante sonrió, pero no con una sonrisa moder­na, sino con una que debió...
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