Ensayo
De Oscar Wilde
A la memoria de C. T. W.
antiguo soldado de la Guardia Real de Caballería.
Muerto en el Presidio de Reading, Berkshire, 7 de julio de 1896:
I
No vistió su chaqueta escarlata
porque el vino y la sangre ya son rojos,
y sangre y vino había en sus manos
cuando lo hallaron con la muerta,
la pobre que él amó
y a quien en su lecho asesinara.Caminó entre los jueces
vistiendo el gris raído
con gorra en la cabeza
y paso alegre y leve.
Pero jamás vi a nadie que mirara el día
con igual ansiedad.
Jamás vi a nadie que mirara
con ojos tan ansiosos
la pequeña tienda azul
que los presos llaman cielo,
y a cada nube fugitiva
que cruzaba con velamen de plata.
Confinado en otros patios con otras almas
en pena me preguntaba
sihabía hecho algo grande
o algo insignificante,
cuando una voz me susurró al oído
«ese hombre va a la horca».
¡Cristo! Los muros de la prisión
de pronto parecían tambalearse
y sobre mi cabeza era el cielo
un casco de quemante acero.
Y aunque era yo un alma en pena,
mi pena sentir no podía.
Supe qué pensamiento perseguido
su paso apresuraba; supe por qué
miraba el día brillante
conojos tan ansiosos.
Había matado aquello que él amaba
y tenía que morir.
* * * *
Y sin embargo, cada hombre mata lo que ama.
Que todos oigan esto:
unos lo hacen con mirada torva
otros con la palabra halagadora;
el cobarde lo hace con un beso,
con la espada el valiente.
Matan algunos el amor de joven
y otros cuando viejos;
estrangulan algunos con manos de lujuria,
otros con manosde oro:
el más amable usa el puñal
para que el frío llegue antes.
Aman algunos poco tiempo, largamente otros.
Hay quienes compran y también quienes venden.
El acto es cometido a veces en el llanto
y otras sin un suspiro.
Pues todos matan lo que aman;
pero no todos mueren.
No muere una muerte de vergüenza
un día de desgracia oscura;
ni nudo al cuello en la garganta lleva
ni pañosobre el rostro;
ni caen los pies primero por el piso
al espacio vacío.
* * * *
No se sienta con hombres silenciosos
que lo vigilan noche y día,
que lo vigilan cuando busca el llanto
y también cuando busca la plegaria.
Que lo vigilan; no sea que él mismo robe
de la prisión la presa.
No se despierta al alba para ver
formas temibles en tropel por la celda:
el aterido Capellán en sutúnica blanca,
el Alguacil adusto en su tristeza,
el Director en esplendente traje negro
y el amarillo rostro del Desastre.
No se apresura en prisa lamentable
a vestir el ropaje del convicto,
y un Doctor mordaz se regodea
notando el tic nervioso de cada pose nueva;
y en la mano un reloj cuyos tictacs
son como horribles golpes de martillo.
No conoce la sed brutal que lija la gargantaantes de que el verdugo
se deslice con guantes de jardín
por la puerta acolchada,
y lo ate con tres correas para apagar por siempre
la sed de la garganta.
No baja la cabeza para oír
la lectura del oficio mortuorio,
mientras el temor de su alma
le dice que no está muerto;
ni se cruza con su propio ataúd
al acercarse al cobertizo horrible.
Ni mira fijamente el aire
por un techo devidrio;
ni reza con labios de arcilla
porque termine su agonía;
ni siente en su mejilla vacilante
el beso de Caifás.
II
Seis semanas nuestro soldado dio vueltas
por el patio, vistiendo el gris raído,
con gorra en la cabeza
y paso alegre y leve.
Pero jamás vi a nadie que mirara
el día con igual ansiedad.
Jamás vi a nadie que mirara
con ojos tan ansiosos
la azul tienda pequeña
quellaman los presos cielo
y a cada nube arrastrando
sus enredados vellones.
No retorció las manos como lo hacen
los necios que se atreven a alentar
a la Esperanza retadora
en la misma cueva oscura de la Desesperación:
Miró hacia el sol solamente
y bebió el aire matinal.
No retorció las manos ni lloró
ni miró furtivamente o languideció;
sino bebió el aire como si allí encontrara...
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