Ensayo

Una chica con actitud

El campo de batalla, lleno del verde pasto de la entrada que rodea la fuente, fue el lugar de encuentro. Los estudiantes como fieras mermadas a unos simples cachorros, unos de melena rizada y otros de ojos achicados, se juntaron por manadas y no se cohibieron al verse y reafirmar sus diferencias. Como en una película de acción los acercamientos iniciaron lentamente paradesembocar en rápidos golpes. En este caso fuertes jalones de cabello entre las hembras. Los varones en cambio remataban con puños desde la cara hasta las costillas. Yo paralizada al verlos en semejante combate de cuerpos en vivo y en directo, quedé perpleja y sólo apretaba fuertemente mi collar de perlas.

Mi primer día en Woodrow Wilson no fue en medio de saludos de buenos días o con carassonrientes de por medio. Antes del ‘Duelo de fieras’, como atribuí esa fuerte pelea que hubiera querido elidir, me encontré en medio de un salón de clases casi exacto a los que presentan en comedias hollywoodenses como American Pie o Mean Girls. Como buena observadora que soy, puedo decir que los camboyanos, inconfundibles. Los afroamericanos con ínfulas de rapero: previsibles. La chica kiut conmaquillaje de pies a cabeza, simplemente linda. El nerd que siempre se ubica en una de los primeros asientos del salón, sin lentes pero simpático.

Ingresé como profesora de inglés en 1994, en medio de un Long Beach invadido de violencia entre pandillas y una tensión racial al rojo vivo desde hacía dos años. Allí me encontraba yo, una mujer de veinticinco años que había logrado todo y nada en suvida. Un matrimonio medianamente estable sin hijos. Mi padre nunca fue santo de devoción de mi esposo y yo por llevarle la contraria siempre en todo y hacer lo que me dicta el corazón, me deje llevar por esas mariposas estomacales. Me enamoré de un hombre que hoy puedo confirmar, no sabe lo que quiere. Me dejó y lo hizo porque como él mismo afirmó esa noche, “quiero vivir mi vida”.

Estapreparatoria fue ese nada vuelto todo que me condujo a esa luz al final del túnel. “Eres una maestra novata”, me gritó Eva ese primer día y pues sí, era una novata que en su vida había visto tanta violencia de cerca y a unos estudiantes que habían crecido y se habían hecho fuertes pero a los golpes y no sólo los físicos. Si era cuestión de adaptarse, fui incansable. Si era cuestión de ser paciente fui unreloj sin noción del tiempo. Si Jamal, otro de mis estudiantes, buscaba cualquier pretexto para pelearse con alguien, me convertí en mediadora de esos conflictos. Mientras Margaret Vail, mi superiora, me infundía miedo al decir que el 203 no tenía solución, yo persistía en ser un agente de cambio en medio de tanto conformismo.

Debo admitir que crecí en medio de empleadas, Mercedes Benz y Dolce& Gabbana. Mi casa además de sobrepasar los treinta metros cuadrados, dejando a un lado la piscina, llena de un gran jardín lleno de rosas blancas y rojas, fue el lugar que me acogió hasta antes de mi matrimonio. Me eduqué en una familia en donde aprendí a callar cuando un adulto está hablando, a desahogar rencores en vez de fingir alegrías y a pelear más que con golpes con palabras. Fui una niñay una adolescente alejada de la pereza y más cercana a estudiar, fijarme metas y llegar puntual a mi escuela.

La docencia me llegó quizás de mi madre, de aquella mujer a quien hasta le imito el guardarropa. Ese ser conservador, de faldas hasta la rodilla como en colegio de monjas, de tacones negros de punta y blusas más allá del hombro, reflejan esa elegancia y sobriedad que le envidie desdeniña. De mi padre aprendí de leyes, políticos y delitos, hasta tal punto que pensé en estudiar derecho y posteriormente estar sentada frente a un despacho. La terquedad y sensibilidad no son gratuitas, son adheridas a mi apellido, tanto así que el señor Gruwell fue como siempre uno de los primeros en oponerse a mi trabajo en Long Beach. Fue el primero en apoyarme gustoso o no de llevar a mis...