Ensayo

Páginas: 11 (2725 palabras) Publicado: 23 de febrero de 2015
Capítulo XIX
De la libertad de conciencia
Es ordinario ver que las buenas intenciones cuando sin moderación se practican empujan a los hombres a realizar actos censurables. En este debate de guerras civiles por el cual la Francia se ve al presente trastornada, el partido mayor y más sano es sin duda el que defiende la religión y gobierno antiguos de nuestro país. Sin embargo, entre loshombres de bien que sostienen la buena causa (pues no hablo de los que con ella se sirven de pretexto para ejercer sus venganzas personales, o para saciar su avaricia, o para buscar la protección de los príncipes, sino de aquellos a quienes mueve sólo el celo por la religión y la santa afección por el mantenimiento del sosiego de su patria), entre los primeros, digo, se ven muchos a quienes la pasiónarrastra fuera de los límites de la razón y los hace a veces tomar determinaciones injustas, violentas y hasta temerarias.
Verdad es que en los primeros tiempos en que nuestra religión comenzó a alcanzar autoridad para con las leyes, el celo armó a muchos contra toda suerte de libros paganos, con lo cual los escritores experimentan hoy perjuicios sin cuento. Creo que este desorden ha ocasionadomayores males a las letras que todas las hogueras de los bárbaros. Buena prueba de ello es Cornelio Tácito, pues a pesar de que el emperador del mismo nombre, su pariente, poblara por ordenanza expresa todas las bibliotecas del mundo con la obra de aquél, tan sólo un ejemplar completo, pudo escapar a la curiosa investigación de los que anhelaban aniquilarla, a causa de cinco o seis cláusulasinsignificantes contrarias a nuestra creencia.
También aquéllos gratifican fácilmente con falsas alabanzas a todos los emperadores que defendieron el catolicismo, al par que condenan en absoluto todas las acciones de los que nos fueron adversos, como puede verse por el emperador Juliano, sobrenombrado el Apóstata. Era éste a la verdad hombre preeminente, de peregrino valer, como quien tuvo su almavivamente impregnada, en los discursos de la filosofía, a los cuales procuraba, con todas sus fuerzas, sujetar sus obras. Y en efecto, apenas se encuentra virtud ninguna de que no haya dejado ejemplos nobilísimos. En punto a castidad (prenda de que el curso de su vida da claro testimonio), se lee de él un rasgo semejante a los de Alejandro y Escipión: en medio de muchas y bellísimas cautivas nisiquiera quiso nunca ver ninguna, encontrándose en la flor de su edad, pues fue muerto por los partos cuando contaba treinta y un años solamente. En lo tocante a justicia tomábase por sí mismo el trabajo de oír a las partes, y aunque por simple curiosidad se informara con los que comparecían ante él de la que profesaban, la enemistad que le movía contra la nuestra no ponía ningún contrapeso en labalanza. Él mismo hizo algunas leyes excelentes y alivió una gran parte de los impuestos y subsidios que establecieron sus predecesores.
Hay dos buenos historiadores que fueron testigos oculares de sus actos. De ellos, Marcelino censura con acritud en diversos lugares de su obra uno de sus decretos por virtud del cual prohibía la enseñanza a todos los retóricos y gramáticos cristianos, declarando depaso el cronista que esta acción de su mando hubiera deseado verla sumergida en el silencio. Es muy probable que si algo más duro hiciera contra nosotros, Marcelino no lo hubiera callado siendo tan afecto a nuestra fe. Rudo era para nosotros, es verdad, mas no cruel enemigo, porque los mismos cristianos cuentan que paseándose una vez por las cercanías de la ciudad de Calcedonia, Maris, obispo de lamisma, se atrevió a llamarle perverso y traidor a Cristo, y que él no tomó venganza alguna contra el insulto, limitándose a contestar «Aparta, miserable; mejor harías en llorar la pérdida de tus ojos»; a lo cual el obispo repuso: «Yo doy gracias a Jesucristo por haberme quitado la vista para no contemplar tu cínico rostro»; palabras que Juliano oyó, según dicen los cristianos, con resignación...
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