Ensayos
“Los muertos contarán la historia”, expresó exhausto el joven antropólogo después de exhumar algunos restos de personas en el lejano municipio de La Dorada, en la selva del Putumayo. Tras varios días de trabajo, como los demás miembros de la Comisión de Justicia y Paz de la Fiscalía desplazada al sur del país, el avezado profesional quedó estupefacto con el macabrodescubrimiento. La muerte sólo dejó en la región el estigma de una espantosa guerra sucia.
A cargo del fiscal Juan Carlos Goyeneche, la comisión partió de Puerto Asís protegida por un grupo de policías y detectives. Junto a los miembros de la Fiscalía, una odontóloga, un antropólogo y dos biólogos bien armados. Luego de dos horas de viaje por una maltrecha carretera, al llegar al puente sobre elrío Guamuez, la comisión se detuvo en un retén militar. El nerviosismo sacó de su mutismo a los viajeros. “Está oscureciendo y nosotros aquí”, comentaban.
En su fuero interno, ninguno descartaba un ataque de la guerrilla, o de las Águilas Negras o de Los Rastrojos, que operan en la zona. El retraso implicó que se rompiera el sigilo de la operación. Unos a otros se preguntaban: ¿Por qué para estoscasos no puede contarse con un helicóptero? Pasado el tiempo, el Ejército autorizó el acceso y la Comisión de Justicia y Paz siguió en su misión: buscar en las fosas los rastros de la verdad del paramilitarismo en el sur de Colombia. Ya en La Dorada y en horas de la madrugada, comenzaron a repetirse los tropiezos. “Alcalde, préstenos unas palas”, reclamó uno de los funcionarios judiciales cuandoempezó la excavación. “¿Alguien tiene para la gasolina de los carros?”, preguntó otro. Y la noticia del arribo de la comisión se regó como pólvora en el pequeño pueblo de escasos 6.000 habitantes. Por eso, en pocos minutos, Héctor Mayorga, detective adscrito a la Dijín, ya estaba comprometido con familiares de víctimas a regresar al casco urbano con respuestas. Con una carpeta bajo el brazo y unadecena de fotos con los retratos de las víctimas, Mayorga se encaminó con los demás al sitio conocido como “La Marranera”. Una vez en el lugar, el antropólogo Jaime Castro empezó a dar las instrucciones para iniciar el trabajo. “Todos en hilera, pendientes de las deformaciones del terreno o donde cambia de color la vegetación. Si detectan estas modificaciones, me llaman”. En pocas palabras, unaespecie de “operación rastrillo” para encontrar muertos.
DOCE BANDERAS
No pasaron muchos minutos cuando alguien llamó la atención sobre una ondulación del terreno y de inmediato se clavó el primer barrero, una varilla alargada con una especie de tenazas en el extremo. Con manos de cirujano, el antropólogo tomó una muestra de tierra, la olió, observó el color de la tierra y dijo: “Aquí puede haberrestos”. El topógrafo levantó un croquis, comenzó la excavación y rápidamente aparecieron unas botas y los restos de un hombre. A su lado, un cráneo sin esqueleto adyacente.
“No es uno, son varios cadáveres”, señaló el antropólogo y luego empezó a dibujar en la tierra un cuadrado. En su perímetro, poco a poco fueron apareciendo más restos de hombres y a cada hallazgo un comentario técnicodoloroso: “esta fractura de fémur fue con machete y se nota que fue un cuerpo desmembrado”. Horas más tarde, un confeso joven paramilitar corroboró la tesis del antropólogo: “En esta guerra había que descuartizar a la gente viva”. Un cráneo con dos orificios. “El disparo dejó el mentón pegado al pecho”.
Así pasó la tarde calurosa y acompañada de una romería de personas, la mayoría mujeres, pendientes denoticias. “Estos son hilos de un collar de mujer”, “Este es un antebrazo”, y del hueso colgando un reloj que quedó marcando las cuatro de la mañana o de la tarde. La carta de identidad de un ecuatoriano, y ante cada resto el aporte de una entomóloga, es decir, de una bióloga experta en insectos; de una odontóloga examinando dientes intactos; de un fotógrafo captando retazos de prendas; y de...
Regístrate para leer el documento completo.