Entre Machos Anda El Diablo

Entre machos anda el diablo

Marco Vinicio Dávila Juárez

A mi querido amigo Arcadio Jiménez,
ávido lector de cuentos mexicanos
e incansable trabajador de la construcción…
del socialismo-comunismo en nuestro país.

Por razón de las actividades propias de mi profesión hube de viajar a un pueblo cercano a Córdoba, y me pasó algo digno de un cuento de Bruno Traven, Juan Rulfo o deFrancisco Rojas González, lamento no tener el talento de cualquiera de ellos para sacar alguna ventaja de esto en beneficio de la literatura mexicana que tan necesitada anda hoy de verdaderos escritores, pero en todo caso les narro los hechos para que estén aprevenidos cuando viajen de tierras jarochas hacia el altiplano por la carretera que le llaman federal en esos autobuses que se conocen como“burritos” y a los que también se les llama “camiones de la muerte” por los constantes percances funestos para muchos pasajeros que han dejado sus vidas en las cumbres de Acultzingo, y si acaso viven alguna situación semejante, tengan ustedes un referente para ayudar a su discernimiento y si un problema moral se les plantea tengan idea de cómo resolverlo.

Era ya diciembre y el frío y la neblina pasabanrevista desde muy temprano en esta región de Veracruz que se conoce como de Las Altas Montañas por la cercanía con el volcán Citlaltepetl, mejor conocido como Pico de Orizaba; mientras, yo preparaba mis útiles de trabajo a buena hora por la noche, el primer autobús sale de la central a las 3:30 de la madrugada y pasa por el hospital del IMSS de la avenida once a las 3:45, por tal razón decidí nodormir, ya lo haría cuando estuviera arriba del autobús. Vivo a unas cuadras de donde el autobús pasa en su recorrido para salir a la autopista, por lo que calculando el tiempo, salí unos minutos antes de que pasara.

Resulta que cuando me subí al autobús este ya venía lleno, era sábado y es día de plaza y por lo tanto día de venta en el pueblo en cuestión, así que me fui parado hasta Orizaba,ahí bajaron algunos pasajeros y me senté, pero más adelante que se suben varias mujeres, montañesas urbanizadas, campesinas arrojadas de sus comunidades en las faldas del volcán a la periferia de la ciudad por la falta de oportunidades ante el bajo precio de sus productos y las escasas posibilidades de mercado para los mismos y que traen consigo los usos y costumbres de sus pueblos; dos ancianas,dos menores y una mujer con un niño de unos dos años aproximadamente cargado en sus brazos; venían avanzando por el autobús, y pensé: alguien le dará el lugar a la señora con el niño, pero seguían avanzando todas las mujeres, abriéndose paso por entre la gente en el pasillo del autobús y, finalmente llegaron casi hasta donde yo estaba y no, nadie le cedió su lugar a la señora con el niño en brazos,menos a las ancianas o a las niñas –a pesar de que el autobús iba lleno de hombres jóvenes y otros no tanto–; las niñas, como de catorce y quince años venían jalando un montón de canastas, cubetas y cajas con tamales y otras cosas que llevaban a vender, al final también vi a un anciano como de ochenta años que venía con ellas cargando una caja de pan, los hombres sentados fingían dormir para nodarle el asiento a la señora con el niño en brazos, ni a las ancianas, ni a las niñas, ni –ahora también me daba cuenta– al anciano. Ante eso y ya habiendo visto yo la escena de las mujeres y gente mayor cargada con todas sus penas y sus bultos a cuestas no pude cerrar los ojos para no ver las uñas sucias de la miseria, como dice el poema de Benedetti y, haciendo un cálculo inmediato decidí, le dimi asiento a la señora con el niño en brazos, pues pensé que era quien más lo necesitaba.

Más adelante se desocupó un asiento y se sentó una anciana y cuando pensé que se desocuparía otro asiento ¡me vino de repente un dilema moral! ¿Me sentaría yo, hombre maduro pero todavía fuerte, a tratar de descansar y dormir un rato en el asiento que se desocuparía? ¿O se lo daría yo a ese anciano que...