entrevidsta

Páginas: 10 (2434 palabras) Publicado: 20 de agosto de 2014
A buena mañana
(La hora en que la teoría sobre familia y sociedad se queda dormida)

René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES
@renemartinezpi
renemartezpi@yahoo.com


La realidad real, la de lápida, es como un espectro infinitesimal que tiene su hora fija para salir a asustarnos -¡¡buuuuu!!- con su “tal cual es”. A buena mañana es esa hora, porquenos muestra la dureza y desencanto alegre de la vida de los que, siendo muchos, inciden poco… o nada, en las decisiones políticas; porque a esa hora el hambre es una hiena rabiosa que anda suelta; porque a esa hora el amor es muchísimo más útil y valioso que la gasolina, y más nutritivo que el pan recién horneado por el adobe o por las axilas de una madre con salario mínimo. Sabiendo eso, melevanté a buena mañana: desnudo, huérfano de letras y de reglas ortográficas y de citas sociológicas inocuas, recordando aterido los días remotos de las excursiones en tren a Esquipulas, en los que la miseria nacional sólo era un leve paisaje de niños descalzos y chorreados al que le decía “adiós” “adiós” “adiós” desde la ventanilla.
La noche, alma de pobre, aún no había arriado sus últimos lienzos;aún no había encendido el candil grandote del cielo e intentaba ahuyentar las primeras luces que rasgaban, recatadas, su virginidad. Errando los pasos en la maraña gris de la ciudad dormida me topé con ellas, a quienes había olvidado en medio de las amarillentas páginas con absurdas recetas económicas para hallar la felicidad sin bajar de peso en el intento. Ellas: las procesiones de gente que,elevando un rumor de súplicas piadosas, suben la cuesta enlodada por la recia y necia tormenta de la pobreza, perdiéndose en los caminos sin detalles finos que, no obstante estar atiborrados de gente, siguen siendo los caminos anaranjados de la luna.
A buena mañana, las procesiones de espectros cabizbajos, tristes, unánimes, puros, ordenados como hormigas, abandonan sus casitas, en silencio, parano desbaratar la promiscuidad de sus paredes; suben con dificultad el abismo más profundo, apoyándose en sus rodillas herrumbrosas, para llegar a las paradas de los buses que llevan al trabajo, al penal, al montepío, al cementerio, a la maquila que, siguiendo el tétrico consejo de David Ricardo, paga salarios de hambre… o a la acera que conduce a la escuela que, analfabeta, ignora que el oro yplata de los Bancos patrios arrulla los sueños de Washington, New York, la Santa Elena, la Gran Vía y las cuentas de ahorro de los expresidentes huidizos.
Los que van al trabajo, cerrando los ojos al clavel privado, caminan orgullosos con sus zapatos viejos bien lustrados, color negro para usarlos con cualquier ropa, o para recordar el luto de los pasos perdidos. Van con sus cinchos viejos torcidospor el uso cruel, con más hoyos de los que originalmente traían porque el hambre, tal como el odio hirviente, deja más cicatrices que la dictadura militar, pero “todo es culpa de la puta inmoralidad de los pobres”, decía Malthus; con sus caras desveladas; sus labios ocres y rajados; sus ojos bien atrincherados en las ojeras; sus manos entumecidas y gruesas; su aliento a cobre viejo mezclado conmierda rezagada; su pelo untado con vaselina de lavanda o con manteca de cuche o con saliva; su ropa bien planchada por el colchón o la plancha de carbón; los cinco centavos de más para el bus o el pan francés… Unos lucen, casi alegres, sus corbatas anchas, descoloridas, tiranas, sofocantes; otros, los más, esconden sus manos callosas y sus ojos anegados con los “cheles” que les dejan ver a losfantasmas a las doce de la noche, porque en el tugurio aún no han inventado el agua potable. Unas esconden su congoja tras la capa hermética del maquillaje barato y escandaloso que, como si fuera un milagro divino, dibuja sonrisas y miradas profundas y mejillas rosadas, para suavizar los colmillos del tiempo y las garras de la tristeza; otras, las más, cargan como cruces de la modernidad sus bolsitas...
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