epitafios
-un grano deazúcar es una montaña nevada y el azucarero de metal sobre la mesa, un astro con luz propia-, y en la cotidiana luz de mediodía, transfigurado de asombro, la eternidad se le manifiesta real yterriblemente bella. Una mujer se acerca y le pregunta si puede sentarse. La estaba esperando, dice él, espiritualizado, la contempla en silencio, piensa que esa mujer tiene un aura como de flor azul. Sus ojosmarchitos denotan largas noches de llanto. Tras un rato de conversación intrascendente, la oye contar la gran congoja de su espíritu. Vean con qué consagración él la escucha, la atiende, la considera;luego, de modo natural, sin rituales ni ceremonias –los ángeles saben que los ritos no hacen sino impedir los milagros-, le habla con palabras simples como guijarros pulidos, que para la mujer devienenen revelación divina. Tras unos minutos, se despide: , le dice, y se aleja bajo el azogue reverberante del mediodía. Él se queda observándola por sobre el marco de sus bifocales; su estela ya no esla de una flor triste, ahora ella sabe que a través de las lágrimas se puede ver mejor a Dios. Lentamente entonces retorna a su circunstancia: vuelve a ser hombre, parroquiano del café, escritor...
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