Erase una vez en américa
Llegué a la repostería de la esquina, y en seguida reconocí el bizcocho indicado. Era un perfecto pastelillo cubierto con betún blanco, adornado con unapequeña cereza roja. Se veía verdaderamente delicioso. Aay, suspiré, si tan sólo tuviera unos centavitos más para poder comprarme yo también una delicia similar.
Le entregué el dinero al pelirrojo a cambiodel pastelillo ya envuelto en papel y me dirigí a casa de Peggy.
Subí a prisa las escaleras, titubeando un momento antes de tocar la puerta. En seguida, una mujer de avanzada edad abrió.-Ho…hola. Buenas tardes. ¿A caso está Peggy en casa?
-Está tomando un baño, la puedes esperar afuera, no tardará.- Era su madre, su voz tenía el mismo tono gruñón que tanto me enloquecía.
La puerta se abrióun poco más de lo que estaba, revelando la perfecta espalda desnuda de Peggy, una hermosa escultura de porcelana, luego la cerraron de nuevo.
Por unos instantes, mi cabeza permaneció concentradaen la imagen que acababa de ver. Nunca antes había yo visto cosa tan bella, tan delicada, tan perfecta.
Mis ojos, que observaban el suelo, recorrieron la mirada hacia el pastel, solo y tentador. Se mehacía agua la boca al sólo verlo, pero una voz dentro de mi me decía, “No , no lo hagas” decidí ignorarla.
Aproximé mi dedo al pastel, recogiendo una pizca del blanco betún y lo llevé a miboca. El sabor era algo indescriptible, era verdaderamente delicioso, y por más que lo intenté, no me pude resistir una segunda probada. Al fin y al cabo, no era más que una pequeñísima pizca debetún, nada grave, nadie ni siquiera lo notaría. Sin embargo, por tercera vez, mi fuerza de voluntad me falló y mi lengua logró saborear el irresistible pastelito blanco. Tomé la cereza roja que el...
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