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La democracia representativa se caracteriza por tratar razonablemente biena quienes han perdido. Si el partido al que apoyé en las elecciones sale segundo o tercero, habrá sido derrotado en el sentido de que no ejercerá la titularidad del gobierno,pero aun en ese caso mi voto no habrá sido completamente inútil. Mi partido tiene todavía la posibilidad de integrar una coalición parlamentaria o de servirse de su bancadapara hacer oposición y, por esta vía, influir sobre las decisiones que se adopten. Dicho de otro modo, la democracia representativa no aplica una lógica del tipo "el ganadorse lleva todo" (winner-take-all) sino que reserva cuotas importantes de influencia para quienes han perdido. Esto asegura, entre otras cosas, que las minorías tengan razonespara reconocer la legitimidad de las decisiones mayoritarias.
Esto deja de ser posible si se opta por una "democracia electrónica". Como ocurría en la antigua Grecia,ahora no habría elencos estables de representantes ni mayorías ciudadanas que puedan aspirar a una mínima continuidad. Lo único que habría son mayorías que se suceden según cuálsea el tema en discusión. En estas condiciones, la democracia pasa a funcionar con una lógica plebiscitaria: cada decisión se adopta en función del apoyo mayoritario que sehaya construido en torno a esa decisión. Y como esa mayoría puede cambiar cuando se trate el próximo problema, no hay nada que negociar ni existen parcelas minoritarias deinfluencia que puedan ser retenidas. Da lo mismo perder con el 49 por ciento o con el 1 por ciento. En cualquiera de los dos casos, el ganador circunstancial se queda con todo.
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