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La mañana había nacido gris y oscura, como todas por esos lares. La jornada que le esperaba al
hidalgo y a su caballo era la más dura; las montañas saludaban imperiosas, lo que prometía más de
unacaída. Si alguien les hubiera visto se habría preguntado ¿que hace un viejo caballo montado por
un caballero más viejo todavía? Pero el problema es que nadie pasaba por allí, el dragón se habíaencargado de ello. Y precisamente ese era el motivo de su presencia, enfrentar al dragón, una última
hazaña por la que estaría dispuesto a morir. “Probablemente matemos al Dragón de risa”, pensabaMegonio.
Megonio había partido totalmente engalanado, con su armadura reluciente tras limpiarla varias
veces. Se había colocado todas y cada una de sus piezas y había revestido del mismo modo a sumontura. Pero a medida que pasaban los días y la marcha se hacía más pesada decidió ir
desvistiéndose. Pasaron de parecer reyes a ser únicamente el desgastado recuerdo de tiempos
mejores. El caballeroconservó el jubón y las medias y dejó la testera al caballo.
Desde la falda, la montaña le había parecido un coloso con una cima inalcanzable, pero la guarida
de la bestia estaba a mitad de camino,por lo que dio gracias por no tener que coronar la maldita
montaña. Además, a lo lejos ya se podía ver una gran entrada a una cueva. Sin pensarlo dos veces se
dirigió hacia allí. Tras procurarse unaimprovisada antorcha a base de hojarasca, cuchillo y
pedernal, amarró a su caballo junto a la entrada y se adentró en ella. A escasos minutos de marcha,
el viejo pudo oír unos graves quejidos. “Estácerca”, pensó.
Megonio no quería asesinar al dragón, quería derrotarlo. Las canciones de los juglares no contenían
puñaladas a traición, sino fieros combates frente a frente. Lucharía de cara, lemiraría a los ojos en
cada lance como en las grandes historias que le contaban de niño. Con cada paso el quejido podía
escucharse más cercano, hasta que una gran sala tallada en la propia roca de la...