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Páginas: 34 (8476 palabras) Publicado: 11 de mayo de 2014
rtwertwe3tewrtwergev ef q´hwef qw´he wíhec qíhc wej cq´weojc qwécuo we´cujwe cóuw ecówuec wu´cj bqe´coj uwecúw ec´we c´wque c´weouc el mar, Caracas del carajo, Lima la horrible, Bogotá sin fe santa o no, Santiago sin remedio. Retrataba los tiempos futuros de nuestras ciudades latinoamericanas en el presente de la urbe industrial más industrial de todas, la capital del automóvil, la cuna deltrabajo en serie y del salario mínimo: Detroit, Michigan. Lo fui fotografiando todo, las carrocerías antiguas abandonadas en medio de los potreros más abandonados aún, las súbitas calles empedradas de vidrio roto, el parpadeo de luces en los expendios de... ¿qué? ¿Qué se vendía en las únicas esquinas iluminadas de este inmenso hoyo negro? Entré, casi deslumbrado, a pedir un refresco en uno de esosestanquillos. Una pareja tan cenicienta como el día me miró con una mezcla de sorna, resignación y hospitalidad maligna, inquiriendo, ¿qué quiere? y contestándome, aquí hay de todo. Estaba un poco atarantado, o será la costumbre, pero pedí en español una coca. Se rieron idiotamente. —Los caldeos sólo vendemos cerveza y vino —dijo el hombre—. Droga no. —Billetes de lotería sí —añadió la mujer. Regresécasi por instinto al hotel, me cambié los zapatos embadurnados de todo el desperdicio del olvido, estuve a punto de darme el segundo regaderazo del día, miré el reloj. El equipo me es- peraba en el lobby y mi puntualidad era no sólo mi prestigio sino mi mando. Miré, poniéndome la chamarra, el paisaje desde la ventana. La ciudad cristiana y la ciudad islámica convivían en Detroit. La luz iluminabalas cimas de los rascacielos y de las mezquitas. El resto del mundo seguía hundido en la oscuridad. Llegamos con el equipo al Instituto de Artes. Primero atravesamos el mismo páramo interminable, cuadra tras cuadra de terrenos baldíos, aquí y allá la ruina de una mansión victoriana y al fin del desierto urbano (o más bien, en su mero centro) una construcción pompier de principios de siglo, perolimpia pero bien conservada pero amplia y accesible mediante anchas escalinatas de pie- dra y altas puertas de vidrio y fierro. Era como un memento feliz en el baúl de las desgracias, era una anciana erguida y enjoyada que ha sobrevivido a todos sus descendientes, una Raquel sin lágrimas. The Detroit Institute of Arts. El enorme patio central, protegido por un alto tragaluz, era escenario de unaexhibición de flores. Allí se amo el mar, Caracas del carajo, Lima la horrible, Bogotá sin fe santa o no, Santiago sin remedio. Retrataba los tiempos futuros de nuestras ciudades latinoamericanas en el presente de la urbe industrial más industrial de todas, la capital del automóvil, la cuna del trabajo en serie y del salario mínimo: Detroit, Michigan. Lo fui fotografiando todo, las carroceríasantiguas abandonadas en medio de los potreros más abandonados aún, las súbitas calles empedradas de vidrio roto, el parpadeo de luces en los expendios de... ¿qué? ¿Qué se vendía en las únicas esquinas iluminadas de este inmenso hoyo negro? Entré, casi deslumbrado, a pedir un refresco en uno de esos estanquillos. Una pareja tan cenicienta como el día me miró con una mezcla de sorna, resignación yhospitalidad maligna, inquiriendo, ¿qué quiere? y contestándome, aquí hay de todo. Estaba un poco atarantado, o será la costumbre, pero pedí en español una coca. Se rieron idiotamente. —Los caldeos sólo vendemos cerveza y vino —dijo el hombre—. Droga no. —Billetes de lotería sí —añadió la mujer. Regresé casi por instinto al hotel, me cambié los zapatos embadurnados de todo el desperdicio del olvido,estuve a punto de darme el segundo regaderazo del día, miré el reloj. El equipo me es- peraba en el lobby y mi puntualidad era no sólo mi prestigio sino mi mando. Miré, poniéndome la chamarra, el paisaje desde la ventana. La ciudad cristiana y la ciudad islámica convivían en Detroit. La luz iluminaba las cimas de los rascacielos y de las mezquitas. El resto del mundo seguía hundido en la oscuridad....
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