Ese reloj de péndulo que está en la pared de mi celda

Páginas: 9 (2148 palabras) Publicado: 24 de febrero de 2015
Ese reloj de péndulo que está en la pared de mi celda – ¿lo ves? –, ése es mi corazón. El de mi hijo es otro: un reloj de leontina, que mi marido compró en una casa de empeño. No sé nada de los dueños anteriores. Es de oro puro, de un diseño exquisito. Tiene un cristal delante, para ver la esfera, y otro más pequeño detrás, que muestra el mecanismo interno.
Fue el agitado oscilar de estamáquina lo que capturó mi atención. Me pareció el palpitar de un animalillo asustado, con las vísceras expuestas en una mesa de disecciones. Sus resortes y engranajes se movían como un órgano vital. «Parece que está latiendo», comenté a mi marido, «como el corazón de un bebé». Recién pronunciada esta frase, me arrepentí de mis palabras. Miré hacia la cuna vacía que, cubierta de franjas de luz y sombra,reposaba en una esquina, y sentí que se erizaban los vellos de mi nuca.
Mi bebé había muerto un año antes. «Muerte de cuna», me dijeron. Había dejado de respirar, sin razón. «Pero ¿por qué?», pregunté. Nada ocurre sin una causa. Recuerdo que ese día tenía hipo y le puse un trapito mojado en la frente; minutos después había muerto. (Hace poco leí que, cuando un bebé de pocos meses siente humedad enel rostro, su cerebro le indica que todavía está inmerso en el ambiente líquido del vientre y su respiración cesa). Desde entonces paso las tardes en la mecedora, contemplando las fotos de mi bebé difunto. No moví nada en la habitación: la cuna vacía seguía en la misma esquina.
He sentido un mal presagio en las fechas especiales, desde que era niña. «¿Y si pasa algo?», me pregunto cada vez quese acerca un cumpleaños o aniversario, «¿y si ocurre una tragedia en esta fecha?» Por ello, al acercarse el aniversario de la muerte de mi bebé, mi marido decidió anticiparse a la recaída de mi depresión. Fue a una casa de empeño y me compró unos zarcillos de oro. De paso, se enamoró del reloj de leontina que he descrito y lo adquirió sin preguntar el porqué del precio bajísimo. Presiento que elreloj estaba maldito: habría seguramente conjurado desgracias a sus antiguos dueños, y por ello se deshicieron de él.
Pasaron los días y mi marido se veía contento por su nuevo reloj. No lo llevaba consigo nunca, sino que lo guardaba en una cajita de ébano pues su valor, incluso sólo el metálico, era considerable. Cada mañana, antes de marcharse, le daba cuerda al aparato y lo dejaba en la cajita.Al cabo de unas semanas supe que estaba embarazada. Había rogado a Dios por un nuevo bebé desde el día en que enterré al primero. «El Señor finalmente me ha escuchado», me dije. Pero tras breves momentos de dicha, me asaltó el recuerdo de la frase de mal agüero que escapó de mis labios aquel día. No pude sacarla de mi cabeza.
Finalmente di a luz a mi segundo bebé. Fue un varoncito, hermoso comoun ángel que pintase Rafael, retrato viviente de su difunto hermano. Crecía sano, como aquél lo había hecho. Me sentía culpable de la muerte del primer bebé, y por ello seguía estrictamente todas las recomendaciones para evitar la muerte de cuna. El nuevo nene dormía sobre su espalda, en un colchón firme y sin objetos que estorbaran su respiración. Aunque no había en su cuerpo señal de enfermedadque ameritara preocupación alguna, a los dos meses me invadió un temor terrible, pues se acercaba el segundo aniversario de la muerte de mi primer hijo. El desasosiego era doble, pues ese día se cumpliría también un año desde que pronuncié aquella frase maldita. Sé que muchas personas no cuentan los días tan minuciosamente, porque no prestan atención a los signos del tiempo. Pero yo siempre estoyatenta, para anticiparme a la desgracia.
Te podrás preguntar sobre la naturaleza de mi presentimiento. Temía que mis palabras viniesen a atormentarme. Por ello cada día, cuando quedaba sola, sacaba el reloj de la cajilla de madera, y lo contemplaba en silencio. «Con ese mismo latido débil y rítmico, palpita el corazón de nuestro hijo», me decía.
Hay múltiples similitudes entre el corazón y un...
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