Español 2E
Los objetos que me dejó Torroba se fueron incorporando fácilmente al panorama desordenado de mi habitación. Eran, en suma, un poco de ropa sucia envuelta en una camisa y una caja de cartón conteniendo algunos papeles. Al principio no quise recibirle estos trastos porque Torroba tenía bien ganada una reputación de ladronzuelo de mercado y era sabido que lapolicía no veía las horas de ponerlo en la frontera por extranjero indeseable. Pero Torroba me lo pidió de tal manera, acercando mucho al mío su rostro miope y mostachudo, que no tuve más remedio que aceptar.
- Hermano, ¡sólo por esta noche! Mañana mismo vengo por mis cosas.
Naturalmente que no vino por ellas. Sus cosas quedaron allí varios días. Por aburrimiento observé su ropa sucia y meentretuve revisando sus papeles. Había poemas, dibujos, páginas de diario íntimo. En verdad, como se rumoreaba en el Barrio Latino, Torroba tenía un gran talento, uno de esos talentos difusos y exploradores que se aplican a diversas materias, pero sobre todo al arte de vivir. (Algunos versos suyos me conmovieron: “Soldado en el rastrojo del invierno, azules por el frío las manos y las ingles.”) Quizápor ello cobré cierto interés por este vate vagabundo.
A la semana de su primera visita apareció nuevamente. Esta vez traía una maleta amarrada con una soguilla.
-Disculpa, pero no he conseguido todavía la habitación. Me vas a tener que guardar esta maleta. ¿No tienes una hoja de afeitar?
Antes que yo respondiera dejó su maleta en un rincón y acercándose al laboratorio cogió mis enseres personales.Frente al espejo se afeitó silbando, sin darse el trabajo de quitarse la chompa, la bufanda, ni la boina. Cuando terminó se secó con mi toalla, me contó algunos chismes del barrio y se fue diciéndome que regresaría al día siguiente por sus bultos.
Al día siguiente vino, en efecto, pero no para recogerlos. Por el contrario, me dejó una docena de libros y dos cucharitas, robadas probablemente enalgún restaurante de estudiantes. Esta vez no se afeitó, pero se dio maña para comerse un buen cuadrante de mi queso y para que le obsequiara una corbata de seda. Ignoro para qué, porque jamás usaba camisa de cuello. De este modo sus visitas se multiplicaron a lo largo de todo el otoño. Mi cuarto de hotel se convirtió en algo así como una estación obligada de su vagabundaje parisino. Allí tenía a sudisposición todo lo que le hacía falta: un buen pedazo de pan, cigarrillos, una toalla limpia, papel para escribir. Dinero nunca le di, pero él se desquitaba largamente en especie. Yo lo toleraba no sin cierta inquietud y esperaba con ansiedad que encontrara una buhardilla donde refugiarse con todos sus cachivaches.
Por fin sucedió algo inevitable: un día Torroba llegó a mi habitación bastantetarde y me pidió que lo dejara dormir por esa noche.
-Aquí, no más, sobre la alfombra – dijo señalando el tapiz por cuyos agujeros asomaba un pido de ladrillos exagonales.
A pesar de que mi cama era bastante amplia consentí que durmiera en el suelo. Lo hice con el propósito de crearle incomodidad e impedir de esta manera que adquiriera malas costumbres. Pero él parecía estar habituado a este tipo devicisitudes porque, durante mi desvelo, lo sentí roncar toda la noche, como si estuviera acostado sobre un lecho de rosas.
Allí permaneció tirado hasta cerca de mediodía. Para preparar el desayuno tuve que saltar por encima del cuerpo. Al fin se levantó, pegó el oído a la puerta y corriendo hacia la mesa se echó un trago de café a la garganta.
-¡Es el momento de salir! El patrón está en lashabitaciones de arriba.
Y se fue rápidamente sin despedirse.
Desde entonces, vino todas las noches. Entraba muy tarde, cuando ya el patrón del hotel roncaba.
Entre nosotros parecía existir un convenio tácito, pues sin pedirme ni exigirme nada, aparecía en el cuarto, se preparaba un café y se tiraba luego sobre la alfombra deshilachada. Rara vez me hablaba, salvo que estuviera un poco borracho. Lo que...
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