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Páginas: 20 (4848 palabras) Publicado: 4 de mayo de 2014
CANTO VI
Cuando se acaba el juego de la zara,
el perdedor se queda algo mohino
y triste aprende, repitiendo lances;

con el otro se va toda la gente;
cuál va delante, cuál detrás le agarra,
cuál a su lado quiere darle coba;

él no se para y los escucha a todos;
a quien tiende la mano, al fin le suelta;
y así de aquel gentío se ve libre.

Tal entre aquella turba me encontraba,
deaquí y de allá volviéndoles el rostro,
y prometiendo me soltaba de ellos.

Estaba el Aretino, quien del brazo
fiero de Ghin de Tacco halló la muerte,
y el otro que se ahogó yendo de caza.

Suplicaba, tendiéndome las manos,
Federico Novello, y el de Pisa
que hiciera parecer fuerte a Marzucco.

Vi al conde Orso y su alma separada
de su cuerpo por odio y por envidia,
como decia, yno por culpa alguna.

Pier de la Broccia digo; y que provea,
mientras que aún está aquí, la de Brabante
si con peor rebaño andar no quiere.

Cuando ya me libré de todas esas
sombras que suplicaban otras súplicas,
porque su salvación les llegue antes,

yo comencé: « Parece que me niegas
expresamente, oh luz, en algún texto
que aplaque la oración leyes del cielo;

y esta gentepor ello sólo ruega:
¿es que vanas son pues sus esperanzas,
o es que no he comprendido bien tu texto?»

Y él me dijo: «Es sencilla mi escritura;
y en esperar ninguno se equivoca,
si con la mente clara bien se mira;
pues la cima del juicio no se allana
porque el fuego de amor cumpla en un punto
lo que satisfacer aquí se espera;

y allí donde hice tal afirmación,
no se enmendaba, porrezar, la culpa,
pues la oración de Dios estaba lejos.

No te fijes en dudas tan profundas
sino tan sólo en lo que diga aquella
que entre mente y la verdad alumbre.

No sé si entiendes: de Beatriz te hablo;
arriba la verás, sobre la cima
de este monte, dichosa y sonriendo.»

Y yo: «Señor, vayamos más aprisa,
que ya no estoy cansado como antes,
y ya veo que el monte arroja sombra.»« Caminaremos mientras dure el día
-él me repuso- el tiempo que podamos;
mas no es la cosa como la imaginas.

Antes de estar arriba, volverás
a ver aquel que oculta la ladera,
de modo que sus rayos ya no rompes.

Pero mira aquel alma que allá inmóvil,
completamente sola, nos contempla:
el camino más corto ha de mostrarnos.

Nos acercamos: ¡oh ánima lombarda
qué altiva y desdeñosaaparecías,
qué noble y lenta en el mover los ojos!

Ella no nos decía una palabra,
mas nos dejaba andar, sólo mirando
a guisa de león cuando reposa.

Mas Virgilio acercóse a él, pidiendo
que nos mostrase la mejor subida;
pero a su ruego nada respondió,

mas de nuestro país y nuestra vida
nos preguntó; y mi guía comenzaba
«Mantua...» y la sombra, toda en ella absorta,

vinohacia él del sitio en que se hallaba
diciendo: «¡Oh mantuano, soy Sordello,
soy de tu misma tierra!», y se abrazaron.

¡Ah esclava Italia, albergue de dolores,
nave sin timonel en la borrasca,
burdel, no soberana de provincias!

Aquel alma gentil tan prestamente,
sólo al oír el nombre de su tierra,
comenzó a festejar a su paisano,

y en ti ahora sin guerras no se hallan
tus vivos, yse muerden unos a otros,
los que un foso y un muro mismo encierran.

Busca, mísera, en torno de tus costas
tus playas, y después mira en el centro,
si alguna parte en ti de paz disfruta.

¿De qué vale que el freno te pusiera,
Justiniano, si nadie hay en la silla?
Menor fuera sin ése la vergüenza.

Ah gentes que debíais ser devotas,
y consentir al César en su trono,
si aquello queDios manda comprendieseis,

esa fiera mirad cuán indomable,
por no ser corregida por la espuela,
al poner en las riendas vuestras manos.

¡Oh tú, tedesco Alberto, que la dejas
al verla tan salvaje y tan indómita,
y debiste apretarle los ijares,

caiga de las estrellas justo juicio
sobre tu sangre, y sea nuevo y claro,
tal que tu sucesor le tenga miedo!

Pues habéis consentido...
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