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Señores y señoras de la Mesa principal, profesores, graduandos y graduandas, asistentes en general.
Althea Gibson, una tenista afroamericana que cosechó muchos triunfos en un mediodifícil, expresó en alguna ocasión que: “cualquiera que hayan sido nuestros logros, alguien nos ayudó siempre a alcanzarlos”. Desde que leí la frase ha resonado en mi corazón, y este es el momento másoportuno para compartirla.
Es cierto, y creo hablar en nombre de mis compañeros y compañeras, que tenemos hoy la alegría de recibir este grado afirmando que este logro no ha sido producto únicamentede nuestros esfuerzos, conseguido con ganas y perseverancia. Sí, porque detrás, o más bien con nosotros y nosotras, han estado muchas personas, y eso resulta maravilloso porque quiere decir quenuestros logros, alegrías, recuerdos y ganas de dar gracias, se multiplican por cada persona que no ha acompañado en este proceso.
Y es que los logros humanos por más individuales que parezcandefinitivamente no son individualistas: somos seres sociales, únicos y diferentes, y en medio de esa diversidad compartimos la humanidad de nuestra condición y la divinidad de llamarnos hijos e hijas de Dios conuna misión en nuestras vidas.
Misión que no empezó al llegar a la Universidad, y que tampoco termina hoy al recibir nuestro grado. Pero que definitivamente es en la Universidad donde se hareafirmado; y cuando hablo de Universidad no me refiero solo al espacio físico sino al espacio mental, emocional y espiritual donde se concentra el saber. No solo el saber específico de nuestras carreras deTeología y Psicología, sino el conocimiento humano que tiene algo de divino y que nos sensibiliza, nos transforma y nos humaniza.
La Universidad ha sido ese cofre, y lo que aquí hemos encontrado - laspersonas, los lugares las propuestas- y lo que hemos vivido - las clases, los aprendizajes, las cosas buenas y las no tanto, la tesis, las correcciones, los sí, los no, las esperas y ocasionalmente...
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