especial
- Eduardo, ¿quieres uncafé?
- Ah, buena idea -dije mientras me ponía de pie.
- Siéntate, yo te lo traigo -sonrió Sarita amablemente-, ¿cómo lo tomas?
- Negro. Gracias Sarita.
Era una bendicióntenerla justo afuera de mi oficina. Me recordaba sobre la junta de las once, la llamada que debía devolverle al Licenciado Guerrero, la hora para tomarme mi medicina para la tos. Además conocía atodos, no exagero, a todos los empleados de Digi-Tech de Occidente. En cuestión de dos semanas ya estaba yo saludando a medio mundo en los pasillos.
Los martes y jueves se volvieron de inmediatotradicionales para comer juntos en la cafetería de la empresa. Platicábamos de tantas cosas. En una ocasión, por ejemplo, Sarita me contó que tenía un hermano que había nacido exactamente dos años ytres días después que ella. Eran muy unidos, desde niños lo habían sido. Un día, cuando Sarita iba en primero de secundaria, fue atacada por una angustia tremenda, como si alguien le aplastara elpecho. Presintió que algo le estaba sucediendo a su hermano. En efecto, al llegar a la casa descubrió que su hermano se había peleado con un compañero y había recibido dos golpes en la cara. Esa tarde,mientras Sarita se cepillaba los dientes descubrió unos moretones ligeros en sus mejillas y unas heridas pequeñitas en sus nudillos. A partir de ese momento, supo que había un lazo especial entreella y su hermano. Sin embargo, por lo que me cuenta, la conexión era sólo en un sentido porque el hermano nunca sentía nada cuando Sarita estaba padeciendo algún dolor. Esa vez quise preguntarle si...
Regístrate para leer el documento completo.