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Páginas: 53 (13096 palabras) Publicado: 3 de enero de 2013
EL ROSTRO SIN LUMBRE

Descubre que hay otro mundo adverso en el mundo, la garra siempre pronta a caer en medio de nuestra dicha. Fingiendo no haberla oído, se acercó a sus amigas, sin atreverse apenas a sonreír, bajo la fuerte impresión de esas palabras que parecían haber nublado la luz que bajaba por la Lucerna del vestíbulo. No rió ya en toda la tarde. No reiría ya en toda su vida. El enemigohabía sido descubierto. Lo sabía al acecho, despiadado. Podía traicionarla en cualquier momento, descuidar su guardia, su tenaz defensa sin tregua, y herirla de muerte. Desde entonces Ana vigiló. Vigiló a todas horas, vigiló hasta en el sueño. Su tarea más difícil consistió en dominar el subconsciente. Despertaba se angustiada, con miedo de que el duende de la risa alterara sus facciones mientrasdormía, calando a mansalva surcos aviesos junto a su boca, en el ángulo de los ojos, sobre las sienes. Algunas veces, en el sueño, veía su rostro dilatado por una risa monstruosa que alargaba, alargaba su piel hasta convertirla en una máscara deforme, tirante, en la que brillaban sus propios ojos con un destello de locura. Al cabo, a fuerza de entornar los párpados en la almohada, con lossentidos alerta, pronta a abrirlos al menor amago turbador, las pesadillas desaparecieron. Como si el hielo de su semblante hubiese alcanzado a la zona oscura en que se incuban las imágenes de la vida onírica. Los habitantes de la pequeña ciudad admiraban la belleza de Ana con ese espontáneo impulso de cálida simpatía, un tanto deslumbrada, que despierta una cara de mujer singularmente hermosa. Mástarde, todos, añadieron a la admiración la ufanía. La belleza de Ana era un título de orgullo regional. A medida que fueron transcurriendo los años, ese sentimiento sufrió un cambio. El espíritu humano es refractario a todo aquello que escapa a las leyes naturales; se mece, apacible, en el ritmo apacible, pero al más leve trastorno deseas leyes, se recoge en sí mismo y se subleva. Comenzó a advertirseque Ana no envejecía; que su rostro mantenías sin menoscabo. Esta irregularidad se hizo más evidente al compararla con sus hermanas. Se habían casado, tenían hijos y la última —diez años menor que Ana— parecía ahora su madre. La belleza de Ana, timbre de prestigio para la ciudad, derivó, así, en tema de comentario risueño. Se la citaba como una de las curiosidades locales, junto con un profesoritaliano chiflado que perseguía en la calle a todas las mujeres y que alguna noche, inadvertidamente, requebró durante un largo trecho a sus propias hijas; o con Paulina, una vieja solterona que se encaramaba al atardecer en la solana de su casa a maullar como una gata. Sensible a esa mudanza en la consideración de las gentes, Ana dejó de concurrir a reuniones y bailes y acabó por confinarse en sucasa. Vivía sola ahora, después de la muerte de su madre, y apenas se asomaba de tarde en tardea la ventana. Fue un día en que se hallaba en el balcón, viendo correr la uniforme vida provinciana, cuando conoció a Esteban Casadero. El crepúsculo caía sobre la ciudad. Celajes endebles incendiaban lentamente el cielo, todavía alto, y los ruidos, en la calle se apagaban uno a uno, como si la soledadque precede a la noche extendiese un tapiz palpable, denso. Quizá por ello la sorprendieron más unos pasos enérgicos, casi impertinentes, que golpeaban las losas del piso, acercándose. No eran pasos familiares. "Es curioso, pensó, cómo se llega a conocer, en esta ciudad, hasta las

 
 
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Pisadas de la gente. “Miró, pues, con mayor interés. Desde el fondo de la calle se aproximaba un hombre.Su andar era seguro y elegante. Joven, por supuesto. ¿Quién sería? Un forastero, sin ninguna duda. Ya estaba casi frente a ella y pareció sentir el escrutinio de la mujer, porque levantó la cabeza; sus miradas se encontraron. El joven se detuvo una fracción de segundo, luego, algo desconcertado, se llevó la mano al sombrero. Ana lo siguió con los ojos, fascinada.Durmió mal aquella noche. Sabía...
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