estructuralismo y serialismo
EUROPEO DE POSGUERRA (1945‐1960)
María José Díez Díez
pp. 171 ‐ 176
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el principal paradigma teórico y metodológico ‐
tanto de las ciencias naturales como de las sociales, con aplicación al terreno de las artes
plásticas, literarias y musicales‐ fue el estructuralismo: vocablo que ejerció una poderosa
fascinación hasta la década de los años setenta (tal vez la histórica fecha de mayo del 68
constituya la primera sacudida brusca al fenómeno estructuralista desde el punto de vista
teórico) y tras el que se esconden líneas de pensamiento diversas, difícilmente encuadrables en una corriente homogénea y, desde luego, objeto de controversias múltiples. Mientras que,
para algunos tratadistas, el estructuralismo fue una simple moda pasajera, otros lo valoran
positivamente como método científico de investigación. No obstante, la mayoría lo contempla
como un método que surge de una nueva teoría del conocimiento que contribuyó a hacer más honda la ruptura epistemológica entre un discurso idealista (en la tradición hegeliana) y otro
científico que tenía como objetivo replantear y explorar los problemas planteados entre los
años finales del siglo XIX y los primeros del siglo XX.
En efecto, durante los años críticos que discurren en torno a la Primera Guerra Mundial se
produce un «giro lingüístico» en el pensamiento europeo que afectó a todos los ámbitos de la
cultura (desde la Filosofía y la Lingüística a la práctica artística). El análisis del lenguaje se
convirtió en la forma adecuada de hacer Filosofía y contemplar los temas de la Estética bajo
un prisma lógico, superando las secuelas del idealismo y el empirismo. Este método tiene sus
pilares, por un lado, en el positivismo lógico de la Escuela de Viena y su planteamiento de una filosofía y estética analíticas (Ludwig Wittgenstein y la aceptación de un lenguaje formal para
captar la realidad). Por otro lado, en la fenomenología de Edmund Husserl (tesis del
descentramiento del sujeto en el discurso filosófico‐estético). Papel decisivo en este giro
lingüístico habrían representado los estudios en el campo de la Semiología y la Semiótica,
decisivos en la configuración del estructuralismo. Así, Ferdinand de Saussure (cuya obra se
edita en 1916) fundaba la Semiología al establecer la diferencia entre lenguaje (como
totalidad) y lengua (sistema de signos por los que se expresan las ideas). Tal diferencia,
aplicada a todo sistema de signos (imágenes, sonidos, gestos, etc.), producía un ensamblaje articulado por un significante (determinado por las convenciones sociales) y un significado (lo
denotado).
La influencia de Saussure se dejaba sentir poco después sobre dos ámbitos culturales: la
Escuela de Copenhague y sus aportaciones en el campo de la Glosemática (estudio de las
unidades estructurales de la lengua) y, en el caso que más nos interesa, la Escuela de Praga
que, a través de un manifiesto programático: las Tesis del 29, acuñaba, por primera vez,
expresiones como «esquema estructural», «estructura interna», «leyes de la estructura» que
asumen el significado de «estructura dentro de un sistema formado por unidades dotadas de
un orden interno (la estructura propiamente dicha) que se condicionan recíprocamente». Uno
de sus representantes, el ruso Roman Jakobson, propuso una teoría de las funciones del
lenguaje que, aplicada a la Estética, trataba de concentrar la atención sobre la «forma» en la
que se manifiestan las expresiones artísticas, haciendo hincapié en la alteración producida por
las convenciones y normas sociales. Son significativas las páginas que dedica al análisis de ...
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