estudiante
San Agustín
LIBRO CUARTO
CAPITULO I
1. Durante este espacio de tiempo de nueve años -desde los diecinueve de mi edad hasta los veintiocho-fuimos seducidos y seductores, engañados y engañadores (Tim 2,3-13), según la diversidad de nuestros apetitos; públicamente, por medio de aquellas doctrinas que llaman liberales; ocultamente, con el falso nombre dereligión, siendo aquí soberbios, y allí supersticiosos, en todas partes vanos: en aquéllas, persiguiendo el aura de la gloria popular hasta los aplausos del teatro, los certámenes de poesía, las contiendas de coronas de heno, los juegos de espectáculos y la intemperancia de la concupiscencia ; en ésta, deseando mucho purificarme de semejantes inmundicias, con llevar alimentos a los llamados elegidos ysantos, para que en la oficina de su estómago nos fabricasen ángeles y dioses que nos librasen. Tales cosas seguía yo y practicaba con mis amigos, engañados conmigo y por mí.
Ríanse de mí los arrogantes, y que aún no han sido postrados y abatidos saludablemente por ti, Dios mío; mas yo, por el contrario, confiese delante de ti mis torpezas en alabanza tuya. Permíteme, te suplico, y concédemerecorrer al presente con la memoria los pasados rodeos de mi error y que yo te sacrifique una hostia de jubilación.
Porque ¿qué soy yo sin ti sino un guía que lleva al precipio? ¿O qué soy yo cuando me va bien sino un niño que mama tu leche o que paladea el alimento incorruptible que eres tú? ¿Y qué hombre hay, cualquiera que sea, que se las pueda echar de tal siendo hombre?
Ríanse denosotros los fuertes y poderosos, que nosotros, débiles y pobres, confesaremos tu santo nombre.
CAPITULO II
2. En aquellos años enseñaba yo el arte de la retórica y, vencido de la codicia, vendía una victoriosa locuacidad. Sin embargo, tú bien sabes, Señor, que quería más tener buenos discípulos, lo que se dice buenos, a quienes enseñaba sin engaño el arte de engañar, no para que usasen de élcontra la vida del inocente, sino para defender alguna vez al culpado. Mas, ¡oh Dios!, tú viste de lejos aquella fe mía que yo exhibía en aquel magisterio con los que amaban la vanidad y buscaban la mentira, siendo yo uno de ellos, que vacilaba y centelleaba sobre un suelo resbaladizo y entre mucho humo.
Por estos mismos años tuve yo una mujer no conocida por lo que se dice legítimo matrimonio,sino buscada por el vago ardor de mi pasión, falto de prudencia; pero una sola, a la que guardaba la fe del tálamo en la cual hube de experimentar por mí mismo la distancia que hay entre el amor conyugal pactado con el fin de la procreación de los hijos y el amor lascivo, en el que la prole nace contra el deseo de los padres, bien que, una vez nacida, les obligue a quererla.
3. Recuerdotambién que, habiendo tenido el capricho de tomar parte en un certamen de poesía, me envió a decir no sé qué arúspice a ver qué merced querría darle para salir vencedor. Yo, que abominaba de aquellos nefandos sortilegios, le contesté que no quería, así fuera la corona de oro imperecedero, se sacrificase por mi triunfo ni una mosca siquiera, porque había él de matar en tales sacrificios animales y contales honores había de invocar en favor mío los votos de los demonios.
Mas confieso, Dios de mi corazón, que el haber rechazado semejante maldad no fue por amor puro hacia ti, porque aún no te sabía amar, yo, que no sabía pensar sino resplandores corpóreos. Porque un alma que suspira por tales ficciones, ¿no fornica lejos de ti, y se apoya en la falsedad, y se apacienta de viento? Mas he aquíque, no queriendo que se ofreciesen por mí sacrificios a los demonios, yo mismo me sacrificaba a ellos con aquella superstición. Porque ¿qué otra cosa es apacentar vientos que apacentar a aquéllos, esto es, servirles de placer y mofa con nuestros errores?
CAPITULO III
4. Así, pues, no cesaba de consultar a aquellos impostores llamados matemáticos, porque no usaban en sus adivinaciones...
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