Estudiante

TRANSMISIÓN ORAL Y CULTURA POPULAR

Cada pueblo es portador de un valioso tesoro, pocas veces escrito o recogido por los estudiosos salvo honrosas excepciones: es el romancero popular que tradicionalmente se ha venido transmitiendo de padres a hijos durante las largas tertulias nocturnas mantenidas al calor de la lumbre en invierno o, durante el estío, en las explanadas situadas junto a lascasas del campo, buscando el frescor de la noche bajo la luz de las estrellas.

Y lo cierto es que estas narraciones se han ido desvinculando de nuestras mentes sin apenas darnos cuenta, debido fundamentalmente a las exigencias de la vida actual, en la que no hemos sido capaces de guardar un espacio para este tipo de relaciones. Un hueco lo suficientemente amplio que nos permitiera manteneresos lazos de amistad y parentesco en el sentido que se daban hace años, y que el hecho de celebrar estas reuniones no fuera casual sino algo cotidiano en donde pudiésemos oír relajadamente los relatos de nuestros mayores. Culpamos a la modernidad de estas carencias y cómo no, a la televisión, ese invento que tantos defensores y detractores tiene por haber puesto fin a muchas de las tradiciones quehacían del nuestro un pueblo rico en vivencias, pero también es cierto que por nuestra parte hemos ido devaluando algunos conceptos hasta sumirlos en el olvido.

Los recuerdos de mi infancia están plenos de tertulias rodeando a mi abuela, empeñada cada noche de verano en que la acompañáramos a rezar el rosario que ella, sentada en el poyete de la casa, dirigía cansinamente a una concurrenciaalgo soñolienta y embriagada por el aroma del jazmín, elemento indispensable en las fachadas de los pueblos, para después premiar nuestro obligado esfuerzo con la narración de un cuento o quizás, dependiendo de su estado de ánimo, cantarnos algunos de los múltiples romances que integraban su repertorio. Igualmente las largas noches de invierno en la casa paterna, donde se reunía un nutrido grupo demayores desgranando el maíz para la simiente, o partiendo avellanas y seleccionando los granos que sembrarían en los arenales del río y luego recolectarlas a principios de otoño. Aquellas veladas, recuerdo hoy, eran enriquecedoras en lo que respecta a vivencias, aunque por más esfuerzos que hago no consigo recordar ni uno sólo de los cuentos que los contertulios nos narraban a los chiquillos,deslumbrados por unas historias increíbles, en donde el malo lo era tanto que al final resultaba ser el mismo demonio. O relatos de muertos deambulando por la noche con la misma naturalidad que lo hacían antes de fallecer, siempre pretendiendo algún favor o empeñados en indicar la existencia del tesoro oculto de algún moro.

Aparecidos, fantasmas, demonios… muchos son los apelativos que se puedenaplicar a los protagonistas de aquellos cuentos, cuyo aspecto físico era cosa de nuestra imaginación, que empezaba a funcionar rápidamente con los escasos datos que te ofrecía el relator. Inmensos palacios; dragones que custodiaban tesoros; princesas de largas y rubias trenzas e increíbles ojos azules, víctimas de algún conjuro, que siempre terminaban encontrando a su príncipe azul, muchas vecesencantado bajo la forma de algún horrible animal. Indudablemente constituían la televisión de mi generación y de otras muchas anteriores, la fantasía se desbordaba al menor indicio y el mundo parecía estar al alcance de nuestra mano…

Pero la costumbre de contar cuentos y cantar romances no nació ayer, ni anteayer, ni mucho menos. Es inherente a la condición humana, pues toda cultura tiene susmitos y leyendas en los que basa algunos de sus más arraigados principios. Y la nuestra no es una excepción.

Ésta fue tierra de moros hasta el último tercio del siglo XVI aunque la conquista finalizase en la centuria anterior, pero todos conocemos la existencia de los moriscos y su permanencia en estos lares hasta la rebelión de 1568. La repoblación que llevó a cabo Felipe II en el antiguo...