Eutanasia
Parece, pues, por lo que dicen los Códigos, que la eutanasia no es cosa de médicos. Se pueden contar conlos dedos de una mano los Jack Kevorkians y los Herbert Cohens, los activistas médicos de la eutanasia y la ayuda al suicidio. Son mayoría los médicos que parasí tienen que esas intervenciones podrían ser toleradas, pero sólo para casos muy excepcionales y trágicos, muy difíciles de evaluar. Y mientras piensan así, pidena Dios que no se encuentren nunca con ninguno de ellos, y que, si así sucediera, que esté cerca alguien que quisiera aplicar la muerte; que ellos no lo harán niatados: los médicos no están para matar. Los pocos relatos publicados por un pequeño número de médicos holandeses que han practicado la eutanasia nos losmuestranllenos de dudas y zozobras, víctimas de dudas hamletianas, indecisos, casi paralizados, entre la aceptación intelectual de la eutanasia y la repugnancia éticade poner fin a una vida humana. Nos dicen que lo han pasado muy mal.
En contraste con esta actitud, tan renuente e incierta, de los médicos ante la eutanasiay la ayuda al suicidio, los activistas de la muerte digna, muchos de ellos profesores de filosofía, no sólo aprueban esas intervenciones liberadoras, sino quesienten entusiasmo por ellas.
De la propuesta del profesor canadiense se deduce una consecuencia sólida: que los médicos somos, de todos cuantos habitamosla tierra, los menos idóneos para encargarnos de poner fin a la vida de los enfermos. Lo hacemos muy mal, como revela ese laboratorio de experimentación
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